Para Erich Fromm, «el hombre siempre muere antes de haber nacido por completo». Ciertamente, esta sentencia del maestro de Frankfurt hoy más que nunca tiene una relevancia inconmensurable. El ser humano ha muerto antes de nacer. Quizá Nietzsche equivocó la ecuación y no es Dios quien ha muerto, sino, ante todo, su creación. La persona humana ha muerto ante el inevitable asesinato del precio del tiempo.
Lo dicho con antelación solo muestra una realidad actual. El tiempo es tan preciado que los mercaderes de la vida (quienes ven todo como mercancía) le pusieron un precio tan elevado que pareciera que es el hombre el que está hecho para el tiempo y no el tiempo para él, haciendo alusión al Evangelio. Nada importa siempre y cuando sea en tiempo. ¡Qué desfachatez la de la sociedad actual!
De ahí que la persona se sienta cada vez más abrumada, sin sentido, solo un continuo hacer y deshacer monótono cada día hasta que llegue la vejez y morir. Esta forma neurótica de existir se ha compenetrado tanto en los antivalores creados por el capitalismo voraz que ha creado una cultura y un culto alrededor de ello, confundiendo al joven a pensar que, si no está dispuesto a vivir y trabajar bajo presión, no está capacitado para la adultez.
Se ha llegado a un sinsentido tal que todo lo que el ser humano hace es en relación y alrededor de consumir, comprar, poseer, abastecer. La vida misma, que es el gran sentido de sí misma, se ha convertido en el puente o trampolín para una «supuesta mejor vida», es decir, aquella en la que se tiene de todo sin haberlo aún pagado. ¡Han logrado su cometido los mercaderes de la vida!
Solo cuando en el seno de la familia, en el seno de las iglesias, en el seno de las universidades, se empiece a tener un compromiso real para desintoxicar la sociedad del consumismo salvaje en el que se ha caído se podrá tal vez lograr algo de sentido y de paz en la vida como tal. Pero eso implica procesos de reflexión permanentes y sinceros entre el ser y el Ser; entre necesitar y desear.
Por tanto, tal como expresa el maestro Byung-Chul Han: «En la sociedad expuesta cada sujeto es su propio objeto de publicidad. Todo se mide en su valor de exposición. La sociedad expuesta es una sociedad pornográfica». Esta frase marca la dinámica de la exposición como parte del consumo y del desvalor de la persona ante el colectivo. Su propio suicidio enmascarado.
De tal suerte que el hombre actual ha muerto sin darse cuenta, y es que ¿cómo puede darse cuenta de una realidad un ser muerto? No hay forma ni opción mientras esté en la dinámica de una muerte anunciada, tal como nombró su obra nuestro apreciado Gabo. Es menester que haya un despertar a la realidad y poco a poco el sistema educativo deje de estar gobernado por la empresa (mercaderes) y se pueda formar a las nuevas generaciones bajo el respeto a la vida, la contemplación, el trabajo sin tiempo y la verdad del silencio.
La sociedad actual es, como diría el ya maestro citado Han, un «cansancio fundamental» que suspende el aislamiento egológico y funda una comunidad que no necesita parentesco. Pues bien, ese es el cometido y la visión de los dueños de este planeta, pero se puede cambiar, transformar, revolucionar la conciencia y, sobre todo, la vida; solo implica reconocimiento de la enfermedad social existente y el anhelo honesto de una cura y salud mental. Para que el trabajo vuelva a dignificar y no a transgredir la vida como hasta hoy.
¡Unámonos y comencemos la tarea!