He vuelto a Moscú luego de una travesía por medio planeta de varias décadas. Atrás quedó el jovencito veinteañero recibido por los profesores rusos como estudiante de preparatoria del idioma ruso, mientras El Salvador ardía en las llamas de una guerra civil en la que se inmolaron más de 70,000 compatriotas, más de 100,000 resultaron heridos, desaparecidos y discapacitados y cerca de un millón partió al exilio, fundamentalmente a Estados Unidos.
Jamás imaginé volver a un país en guerra. El conflicto ruso-ucraniano ha escalado hasta volverse una tercera conflagración mundial. Ucrania, los 31 países miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y sus aliados, luchan contra la Federación Rusa.
Invitado como ponente a la conferencia interparlamentaria Rusia–América Latina, en la Duma de Moscú, he sido el primer salvadoreño en tomar la palabra en el Parlamento ruso. Mi ponencia versa sobre el mundo multipolar que dejó atrás la narrativa de un planeta unipolar bajo la égida de Estados Unidos, resumida en la célebre frase de Francis Fukuyama luego del derrumbe del muro de Berlín, en noviembre de 1989, y la autodisolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), en diciembre de 1991, de que habíamos llegado al fin de la historia.
Fukuyama sostiene que la historia, como lucha de ideologías, había terminado y surgió un planeta basado en una democracia liberal impuesta tras el fin de la Guerra Fría. En resumen: la entrada triunfal del neoliberalismo a esta nueva etapa de la humanidad.
Tres décadas después de aquella marcha de sainete y esperpento, donde el neoliberalismo destruyó las economías de naciones enteras y causó innumerables guerras por territorio (ex-Yugoslavia), petróleo (Irak, Siria) y geopolítica (Afganistán, Libia, las llamadas revoluciones de colores en el mundo árabe; Ucrania y Georgia), aquel mundo teóricamente bajo el dominio de una hiperpotencia (Estados Unidos) se ha transformado en multipolar con el ascenso de la República Popular China como primera potencia económica del mundo, el fortalecimiento de Rusia como potencia hipersónica nuclear y la consolidación del grupo de países del Brics (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) que superan, en población y en PIB, a los países del G7 (Estados Unidos, Alemania, Inglaterra, Francia, Italia, Canadá y la Unión Europea). La gran perdedora de esta conflagración es Europa Occidental.
Desde los años sesenta del siglo pasado, la Unión Soviética comenzó a proveer a través de gasoductos, como el Amistad (Druzhba), gas y petróleo baratos a Occidente. Surgió un florecimiento económico en toda la Unión Europea (UE) debido a sus bajos costos de gran calidad y acceso inmediato, mientras la OTAN sufría una crisis en su seno, pues Estados Unidos rehuía financiarla y Europa, subvencionarla. El conflicto ruso-ucraniano ha servido para que Estados Unidos se sacuda la competencia del gas y petróleo rusos y para unificar las posiciones de la OTAN en torno a un mando central dirigido desde el Pentágono, reviviéndola. Para ello sabotearon el gasoducto marítimo Nord Stream 2 que unía a Rusia con Alemania sin pasar por fronteras terrestres, y han obligado a los miembros de la OTAN a enormes gastos militares y a proveer pertrechos de guerra a Ucrania. El gas y el petróleo que Estados Unidos vende a Europa es más costoso que el ruso y requiere un complicado transporte transoceánico que dura semanas, lo cual lo encarece. Desde hace décadas, los servicios de inteligencia occidentales propiciaban el separatismo y el nacionalismo en Ucrania y en otros territorios de la antigua Unión Soviética.
Mi experiencia de seis años en Kiev en la década de los setenta y los ochenta es muy aleccionadora: había amistad entre las naciones, Ucrania y Rusia eran hermanas, mucha de la población ucraniana es ruso-ucraniana y, a pesar de que la lengua franca era el ruso, el idioma ucraniano se hablaba fluidamente en gran parte de la población del país. Los ucranianos y los rusos son eslavos, hablan idiomas similares con poca diferencia. El ruso es la lengua que más se habla en Ucrania, a pesar de las campañas nacionalistas. La conflagración ruso-ucraniana se explica debido a que Occidente alimentó ilusiones a los pobladores de Ucrania de un ingreso al club de los millonarios, léase OTAN y UE, y que eran diferentes de los rusos, a quienes consideran asiáticos. Nada más lejos de la realidad.
Ucrania, por ser eslava, jamás será miembro de la OTAN ni de la UE. Desconfían de que despierten de esa ilusión y ya siendo miembros con pleno derecho dinamiten internamente la OTAN y la UE. La guerra de Occidente contra Rusia tiene como premisa luchar hasta el último ucraniano. Ningún país de Occidente enviará soldados como carne de cañón a este conflicto.
Es principio de otoño en Moscú, cae un agua nieve que baja la temperatura y hace obligatorio el uso de suéter, abrigo y guantes. Los moscovitas siguen impasibles su rutina, parecieran ajenos al estruendo y el fragor de los enfrentamientos que suceden en el Dombás, Crimea o Zaporizhia. Es una tradición de resistencia latente en el inconsciente colectivo de la nación rusa, son esos mismos moscovitas que en 1812 quemaron Moscú y destruyeron sus graneros para derrotar con hambre y frío a la Grande Armée del ejército imperial francés de Napoleón Bonaparte, los mismos rusos que en diciembre de 1941 detuvieron al ejército nazi-alemán de Adolf Hitler a las puertas de Moscú. Acostumbran, en medio del frío, saborear helados y bañarse desnudos en la nieve a temperaturas bajo cero.