La pandemia de la COVID-19 tomó a todas las naciones por sorpresa. A la inicial incredulidad le siguió el asombro y después, el horror. Este año vimos cómo la economía mundial caía por un barranco a medida que los países recurrían al confinamiento como una medida para contener el avance del coronavirus.
La nueva realidad impuso formas no tradicionales de trabajar y de convivir como una opción para mantenernos a salvo. Solo los países con gobiernos más previsores lograron que el impacto de la pandemia en sus poblaciones fuera menor. El Salvador logró cerrar a tiempo sus fronteras, suspendió los vuelos internacionales e impuso cuarentenas para contener la propagación del virus. Se crearon albergues, los hoteles se convirtieron en centros de confinamiento, se remodelaron los hospitales y se construyó el Hospital El Salvador, especializado en la atención de pacientes con COVID-19.
Si nos comparamos con los países de la región, incluso con aquellos que al inicio de la pandemia se veían más fuertes y con menor impacto, nos damos cuenta de que el coronavirus no golpeó en El Salvador como en otras latitudes.
Esto ha sido gracias a la oportuna intervención del Gobierno, pero también a la decidida participación ciudadana, que tomó como propias las medidas de prevención y se dedicó a guardar la distancia, a usar mascarillas y a desinfectarse continuamente las manos. Si bien es cierto que no toda la población cumple las medidas preventivas, también hay que reconocer que se trata de la minoría. Por el bien de la sociedad, todos estamos llamados a cumplir y a hacer cumplir los requerimientos que impone la nueva normalidad.
Por eso llama poderosamente la atención el interés de algunos políticos en los gastos durante la primera fase de la pandemia. A pesar de ver los resultados positivos, de ver que El Salvador no ha llorado las pérdidas que sí han tenido los países hermanos, creen que los fondos no han sido bien utilizados. Si los resultados están a la vista y son comprobables, ¿por qué ahora creen que no se usaron correctamente? ¿No es acaso la mejor prueba el hecho de que no tengamos decenas de miles de fallecidos? Las aves de mal augurio anticipaban un colapso nacional, se regodeaban en la sola idea de ver cadáveres en las calles. Pero eso no pasó y El Salvador se mantiene en el rango de naciones que mejor han enfrentado la emergencia global.
La pronta reacción del Gobierno se logró gracias al trabajo conjunto. Los ministerios y las instituciones tanto sociales como gubernamentales colaboraron para contener el mayor peligro que nuestra nación ha enfrentado, y así superar la urgencia.
Aunque los resultados son alentadores, ha faltado el acompañamiento de todos los sectores políticos, y que la explicación a esa oposición sea que estamos a las puertas de una campaña electoral es triste y decepcionante.