El tiempo ha sido testigo mudo de que muchas personas fallecieron y se fueron con la esperanza de recibir una nueva oportunidad; en mi caso puedo darle gracias a Dios y a la vida porque he tenido no solo una oportunidad, sino quizá dos, tres o más. Durante mi niñez, Dios y las oraciones me salvaron de morir de un disparo o esquirla en los territorios de la guerrilla en los que me vi obligado a caminar.
Más tarde, como podrán descubrirlo en este segundo capítulo, titulado «Oportunidad», verán cómo la vida y Dios me acorazaron para evitar que el temido cáncer me arrullara entre sus tentáculos y me robara el último soplo de aliento.
En los últimos cinco meses de este año también he tenido una cruenta batalla contra la COVID-19 que aún no termino de ganar. Después de presentar todos los síntomas a finales de junio, la prueba me dio positivo a inicios de julio, y aunque todo lo relacionado con la mortal enfermedad y las secuelas ya desaparecieron, aún no consigo el negativo después de cuatro pruebas y cuatro cuarentenas cumplidas. Pero esa es otra historia, otra oportunidad.
La experiencia me advierte que tras el sufrimiento siempre vendrá una oportunidad, pero mientras esa oportunidad se acerca, solo existe la fe, el amor de la familia y la amistad solidaria, actitud diferente que —estoy seguro— solo puede tener por base una profunda inspiración cristiana.
El 12 de septiembre de 2012, estando ingresado en Oncología del Instituto Salvadoreño del Seguro Social (ISSS), al borde de la desesperación total, bajo un diagnóstico poco alentador, acepté la única oferta médica que ofrecía salvar mi vida en El Salvador.
Se trataba de la propuesta del jefe de cirujanos oncólogos del ISSS, en ese entonces, el doctor Rodman López Arias, quien sin ambages días antes me había explicado que, para eliminar el cáncer de mi rostro, había que practicar una cirugía de alto riesgo, que extirparía el pómulo donde era evidente el tumor, pero también mi ojo derecho, la nariz y la mitad de la dentadura en ese lado del rostro. Yo no quería perder el ojo y lo demás, pero sabía que sin una operación moriría en un par de meses.
Rubia García, mi esposa, me contó después que este experto cirujano le dijo en su momento que solo tenía un 14 % de esperanza de salir con vida del quirófano.
Esta nueva batalla contra la enfermedad iniciaba en agosto de 2012, cuando asistía al hospital porque era evidente que el cáncer regresaba. El médico que me observaba y me atendía en ese momento era el doctor Sergio Osegueda, pero en esta ocasión se encontraba fuera del país con permiso para un año.
Es entonces que me recibe otro doctor, quien, en un principio, sin leer el expediente, me dio grandes esperanzas; claro, no hablaba de eliminar mi ojo, nariz, labios, dentadura, pero luego de conocer y valorar los nuevos análisis de resonancia magnética que se me practicaron, cambió totalmente. Creo que intervenirme le causó miedo, y adujo que su lista de pacientes por atender era muy larga, y se negó a tratarme.
Es así como llegué ante el doctor Rodman López, un hombre de añales en el quirófano, de apariencia fría y tajante en su opción en torno a mi enfermedad. Desde que me explicó por primera vez, me dijo que no había otra alternativa, y que me daba una semana para que decidiera si aceptaba su propuesta.
En esa ocasión, en la primera cita con él, me dibujó una cara en una página de papel y me señaló con lápiz lo que me quitaría con el bisturí. Creo que es en ese momento que se acrecienta mi angustia, porque sentía que el doctor no daba muestras más aplacadoras a mis expectativas de salvar mi ojo, y parte de lo que he sido físicamente.
El 5 de septiembre, exactamente una semana antes de que aceptara la oferta del doctor López, una hemorragia me indicaba que el cáncer despertaba con agresividad, y que el tiempo era un lujo que no podía concederme. Ese día, mientras me cepillaba en la noche, una cerda del cepillo rozó el tumor y comenzó el sangrado. Mi familia buscó ayuda médica. Los galenos del Seguro Social de la Amatepec, en Soyapango (zona donde vivo), preocupados por no lograr detener el flujo de sangre, me trasladaron esa misma noche al Hospital Médico Quirúrgico de San Salvador, a Máxima Urgencia, medida extrema para detener la hemorragia.
Terminado el aprieto, pasé a ser huésped de una cama de Oncología donde recibiría la visita del doctor López el 12 de septiembre. «Tienes que firmar para operarte mañana», me dijo directo al verme.
Su repentina llegada fue un golpe. En esta ocasión sentí que ya había cambiado su planteamiento de darme una semana para pensar si quería ser operado. Es más, creo que en esas palabras había una orden expresa. Una imposición. Una muestra de un extraño autoritarismo que enviste a muchos médicos salvadoreños.
Él me traía los documentos que autorizaban al ISSS la realización de la cirugía y estipulaban que, en caso de morir en el quirófano, se exoneraba totalmente al hospital y al médico de toda responsabilidad legal, una medida contra las demandas por mala praxis.
En el paroxismo de esa angustia, y con mis pensamientos encontrados, firmé los documentos. No tenía otra salida. Sentí que fue una decisión que él tomó por mí y que yo firmé. Y es muy posible que así haya sido, ya que considero que él estaba sintiéndose presionado por la difusión de mi enfermedad en los medios de comunicación.
Después de eso, Leonel Flores, exdirector del ISSS, brindó una conferencia de prensa para inyectar seguridad y confianza en la opinión pública acerca de la profesionalidad con que actuaba el ISSS en mi caso. Por mi parte, reuní a mi familia para contarle lo que sucedería al siguiente día, y juntos depositamos la confianza en Dios y en las manos y los conocimientos del médico.
Esa noche me la pasé atendiendo llamadas y probándome esparadrapos en el ojo frente al espejo, como un experimento a la ausencia futura. A las 7 de la mañana del 13 de septiembre, Rodman López y un equipo de médicos iniciaban una riesgosa cirugía que finalizaría con éxito a eso de las 5 de la tarde. Dios y la ciencia no me habían desamparado, me daban una oportunidad ante el 14 % de esperanza de vida que supondría el oncólogo.