El éxito de un político está directamente relacionado con la conexión que tenga con la población; si conoce la realidad, la comprende y busca soluciones efectivas a los problemas, logrará comunicarse de manera más efectiva.
Los ciudadanos eligen a sus líderes para que trabajen por ellos, para que resuelvan sus problemas, ya sean heredados, los que van surgiendo o los que vendrán.
Cuando un político se desconecta del pueblo para seguir una agenda externa y trata de actuar en contra de la realidad, el peso de esta termina aplastándolo.
Muchos aspirantes a políticos pretenden imitar el éxito del presidente Nayib Bukele, y en su intento basan su estrategia y plan de acción en función de las redes sociales, ajenos de la realidad; y creen que obtendrán resultados a fuerza de seguidores falsos y de escuchar exclusivamente a un reducido grupo.
Siendo candidato, el ahora presidente hizo selectivas y muy contadas visitas al territorio, pero no por estar alejado de los ciudadanos, sino porque, al tener una profunda vinculación con ellos, estos responden masivamente a sus presentaciones en público. Cada convocatoria era multitudinaria; la población estaba interesada en escuchar a un candidato con el que se identificaba.
No es una fórmula de copiar y pegar, y quienes se lo han planteado de esa manera se encaminan a fracasos rotundos, porque son expresiones de grupúsculos reducidos, donde solo se escuchan las opiniones del mismo círculo o se obedece sin chistar ni cuestionar las órdenes del patrón de turno. No hay vínculo con la población, sino con el dueño del financiamiento.
Un pequeño grupo de fanáticos no es la vocería de un pueblo que, de forma categórica, respalda a sus líderes y avala su gestión, sobre todo porque de su éxito depende la transformación de una realidad que ha sido, estructuralmente, excluyente de las grandes mayorías durante décadas.
Un genuino vínculo con el pueblo no se forja con contenido patrocinado o comprando cuentas para hacer campaña sucia mientras se maneja en público una demanda de transparencia, sino conociendo el sentir más profundo de los ciudadanos y comprometiéndose con la búsqueda de soluciones reales y viables a problemas concretos e importantes. La importancia se impone por la realidad, no porque así lo desee el patrocinador.
A pesar de eso, un traficante de ilusiones usará sus fracasos no por convicción, sino para conservar su paga. Eso también está claro.