«El Salvador reconoce a los pueblos indígenas y adoptará políticas a fin de mantener y desarrollar su identidad étnica y cultural, cosmovisión, valores y espiritualidad».
Este mes se cumplen 528 años de la llegada de las embarcaciones Santa María, La Niña y La Pinta a América, expedición comandada por el almirante Cristóbal Colón. Así lo aprendimos en la escuela de educación primaria.
Pero al parecer el sistema educativo pasó por alto contarnos la historia completa al obviar la historia de nuestros antepasados, de aquellos que el libro azul de El Salvador señala como «sobrios, hospitalarios, humildes, laboriosos. Las mujeres visten una tela azul de algodón con bordados especiales de lana, a veces muy pintorescos, camisa de algodón y la enagua llamada güipil. Los cabellos los llevan trenzados y las trenzas en número de dos caen sobre sus espaldas».
Continúa el libro azul de El Salvador: «Dicen que estos tienen tan buen entendimiento, tan agudo ingenio, tanta docilidad y capacidad para las ciencias morales y especulativas y son generalmente muy racionales en su gobierno político, como puede verse en muchas de sus purísimas leyes y en sus buenas costumbres».
Sin embargo, al buscar en las constituciones de El Salvador, solo encontramos que a partir de 1950 se estableció que la riqueza artística, histórica y arqueológica del país forma parte del tesoro cultural salvadoreño, el cual queda bajo la salvaguarda del Estado y sujeto a las leyes especiales para su conservación. En iguales términos se reguló en 1962 y en 1983, con la variante que en la última se incluyó que las lenguas autóctonas que se hablan en el territorio nacional forman parte del patrimonio cultural y serán objeto de preservación, difusión y respeto.
¿Qué ha pasado desde la llegada de las tres carabelas? Bueno, en realidad, mucho, y en perjuicio de los pueblos originarios, el patrón común ha sido marginación, exclusión, discriminación, expropiación de sus tierras, porque para el conquistador, «la tierra y sus habitantes se consideraron como el premio por el cual habían sufrido grandes penalidades. Eran la recompensa de la victoria. […] Los que se establecieron en El Salvador se dieron cuenta de que el valor de su premio no se hallaba en la riqueza mineral del país, sino en las plantas que una importante población sedentaria había adaptado y cultivaba extensamente (David Browning, 1987)».
El despojo de tierras se hizo también de manera oficial, como ocurrió con el Decreto Legislativo del 2 de marzo de 1882, publicado en el «Diario Oficial» 62, tomo 12, del 14 de marzo de 1882, con el que se declaró la extinción de ejidos y tierras comunales utilizadas por las poblaciones indígenas.
Después de todo, la pregunta es ¿continuaremos desconociendo a los pueblos indígenas aún con la reforma del artículo 63 de la Constitución actual, que establece que «El Salvador reconoce a los pueblos indígenas y adoptará políticas a fin de mantener y desarrollar su identidad étnica y cultural, cosmovisión, valores y espiritualidad».
Tal vez comparten conmigo que el Estado debe restablecer los derechos de los pueblos originarios, iniciando por devolver su tierra como elemento esencial para su desarrollo. En Cacaopera, Izalco, Nahuizalco, Panchimalco, Nahulingo, Nonualco y Masahuat continúan esperando que se reivindique lo que durante la Colonia y los 199 años de independencia se les arrebató: sus tierras, y así aprendamos la otra parte de la lección de historia.