El actual conflicto ruso-ucraniano, a punto de cumplir dos años, nominado por el presidente ruso Vladímir Vladímirovich Putin como Operación Militar Especial, está llevando al colapso no solo al Ejército ucraniano sino también a los asesores de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), especialmente a los estrategas del Pentágono y a sus «primos» británicos.
Durante mi última estadía en Alemania, en diciembre-enero de 2021, —país del cual soy ciudadano no por tener ojos azules y pelo rubio, sino por esa meritocracia del trabajo honrado y constante, que es una seña de identidad de millones de salvadoreños por el mundo, especialmente en Estados Unidos—, pude escuchar reiteradamente la preocupación de los ciudadanos alemanes de todos los estratos sociales por el conflicto ucraniano, pues este tocaba en carne propia sus intereses.
Buena parte del despegue económico de la Unión Europea y de Alemania durante las últimas décadas se debe a los bonancibles precios del gas, el petróleo, los abonos orgánicos, los cereales, el azúcar, el trigo, el hierro, el oro, la plata, los diamantes, las maderas, el uranio, el platino, el algodón y muchísimos productos que importaban de Rusia, también de la exportación de muchos de sus productos a Rusia.
Durante el Gobierno de Donald Trump, la OTAN sufrió una de sus peores crisis cuando afirmó que los europeos, la OTAN, deberían defenderse solos y que EE. UU. se había cansado de ser el policía del mundo, amenazando con retirar sus onerosas contribuciones al pacto atlántico, así como una reducción drástica de sus tropas. Con la llegada de Joe Biden y del Partido Demócrata a la Casa Blanca, el complejo militar industrial estadounidense se vio en la necesidad de promover una megaguerra en Europa, para salir de la crisis económica nacional, por un lado, y para imponer la hegemonía estadounidense a los europeos. Por otro lado, necesitaban dinamitar las excelentes relaciones de Rusia con los europeos, que ellos tachaban de «peligrosas», y que habían incluso hecho posible la construcción del gasoducto Nord Stream II, que transportaba, a través de 1,200 kilómetros bajo el mar Báltico y sin tocar tierra continental, gas económico de alta calidad y de manera inmediata desde la ciudad rusa de Viborg hasta el puerto alemán de Greisfeld. Dicho gasoducto fue dinamitado por oscuras fuerzas al servicio de los intereses imperialistas de Estados Unidos, y el transporte de gas barato, que hubiera contribuido aún más a la prosperidad europea, quedó anulado.
En su lugar, EE. UU. vende gas muchísimo más caro, de menor calidad y a un tiempo de transporte transatlántico bastante largo a los europeos en la actualidad, lo cual incide directamente en la crisis económica europea, pues a ello se suma el bloqueo impuesto a los productos rusos de parte de la OTAN, que les impide comprar gas ruso directamente.
Desde hace más de 10 años, EE. UU. e Inglaterra alentaron a los nacionalistas y a parte de la clase político-económica ucraniana a una guerra fratricida contra Rusia, que tuvo como telón de fondo la simbología nazi, el nacionalismo de aldea y el odio regional, patente en los ataques del Ejército ucraniano contra varias regiones del este de Ucrania que son, desde tiempos inmemoriales, de población rusa. No hay diferencia física entre un ruso y un ucraniano, ambos eslavos, el idioma es similar, y buena parte de la población de Ucrania es rusa o ruso-ucraniana; por lo tanto, con haber azuzado y estar financiando esa guerra entre hermanos, EE. UU. logra uno de sus mejores anhelos: que se maten entre eslavos, «hasta el último ucraniano», pues sus tropas están ausentes del frente de batalla.
La geopolítica mundial no pinta bien para EE. UU. ahora que se abrió otro punto caliente en Medio Oriente, donde debe defender a su protectorado, léase Israel, y con otros conflictos pendientes, como la explosiva situación China-Taiwán y el conflicto en el Golfo Pérsico y el estrecho de Omán con la República Islámica de Irán.
Probablemente el conflicto ruso-ucraniano logre resolverse a favor de la Federación Rusa, en 2025, millón y medio de muertos en ambos bandos, y las relaciones económicas con Europa vuelvan a su cauce. Pues las «sanciones» de la OTAN a Rusia han terminado fortaleciendo la economía rusa debido a los mercados alternativos de China e India (3,000 millones de personas), así como la reventa del gas y el petróleo rusos a Europa por mediadores como empresas navieras griegas, India y otros países.
Alguien escribió que la naturaleza misma del imperialismo estadounidense es promover guerras para mantener y reactivar su economía basada en el despojo de recursos naturales y la violación de la independencia de los pueblos. El caso patético del conflicto ruso-ucraniano, donde los europeos como colonias tercermundistas bailan al son de los dictados de la metrópoli Washington, no hace sino confirmar estas certeras palabras.