Este año se cumplieron 32 años de los acuerdos firmados entre el primer presidente de ARENA, Alfredo Cristiani, y la comandancia general del FMLN. En ese momento lo que se publicitó es que El Salvador superaba décadas de violencia armada y abrazaba una nueva era. Sin embargo, lejos de conocer la paz, los ciudadanos continuaron sufriendo formas atroces de violencia.
En primer lugar, los únicos beneficiados de manera extraordinaria fueron aquellos que firmaron en Chapultepec, México. Cristiani ganó la impunidad por el saqueo que cometió al Estado y los crímenes de guerra cometidos, al igual que los comandantes de la guerrilla, que dejaron la clandestinidad y, de un plumazo, su organización armada se convirtió en partido político. Tampoco ellos rindieron cuentas por los delitos cometidos en el marco del conflicto armado, que fueron muchos.
Los grupos descontentos de ambos bandos se organizaron para cometer secuestros y robos, que por esa época se multiplicaron. Conservaron las armas y las siguieron usando en contra del pueblo, que era lo único que sabían hacer.
Aquellos que esperaban una transformación del país vieron truncados sus anhelos. El país siguió siendo tan desigual, o más, como lo era antes del conflicto armado. Eso sí, los comandantes, convertidos en políticos, amasaron fortunas y privilegios, compartiendo el poder con sus antiguos enemigos ideológicos.
El caos de las bandas delincuenciales de desmovilizados fue el caldo de cultivo para el surgimiento de las pandillas, que los gobiernos de ARENA dejaron crecer y fortalecer. Sus aliados, los del FMLN, les dieron fondos y entrenamientos durante las vergonzosas treguas criminales.
Así pasaron tres décadas desde los «acuerdos de paz», con una nación sumida en la violencia, con más muertos que países en guerra declarada y con una corrupción galopante.
No hubo un beneficio real para la sociedad salvadoreña, porque las balas del conflicto armado fueron sustituidas por las balas de los mareros. De hecho, hubo más asesinatos después de los «acuerdos de paz» que durante la guerra misma.
La verdadera paz llegó con el presidente Nayib Bukele, que con el despliegue decidido de la Policía y del Ejército, con el apoyo de la Asamblea Legislativa y del Órgano Judicial, logró que El Salvador sea ahora el país más seguro de América Latina. Esta es la verdadera transformación, pues en unos años logró pacificar un país que pasó más de cuatro décadas sufriendo la violencia.