Al escribir esta historia, he notado que es difícil lograr que las palabras expresen lo que realmente siento. Quizá debo pedir disculpas por mi limitado repertorio lingüístico, y para no perder el juicio en el hecho, elevo a la máxima categoría el valor de la solidaridad salvadoreña, actitud tan urgente en estos días en la historia nacional, donde nos odiamos los unos a los otros sudando calenturas ajenas.
A inicios de agosto de 2012, en el hospital ya me habían dado un ultimátum para la cirugía. Yo creía que la hora definitiva me había llegado. Solo Dios y mi familia sabían de mi dolor.
Mi tristeza la compartí con mis amigos y amigas, contando la situación en mi cuenta de Facebook. El caso es que Jaime García, entonces periodista de «El Diario de Hoy», retomó mi publicación para escribir una nota informativa que realmente era un llamado a solidarizarse conmigo. En lo profundo del sentir de mi colega, creo que intentaba decir que un ciudadano estaba a punto de morir, y que los médicos o el sistema hospitalario lo asumían con indiferencia.
La nota periodística de García, más las publicaciones masivas en Facebook de Patricia Meza y de Gloria Silvia Orellana, periodistas del «Diario Co Latino», atrajeron la atención de todos los periódicos, la radio y la televisión.
Mi nombre y mi rostro tapado con el vendaje fueron vistos por miles de televidentes y lectores. Hasta entonces, había hecho miles de entrevistas y había publicado cientos de notas, pero nunca había sido el protagonista del suceso.
Por primera vez los medios de comunicación abrazaron una causa sin tendencias ni colores políticos. Los periodistas no solo divulgaron mi caso en los medios informativos, sino que fueron más allá: me hicieron campaña benéfica. Izaron la bandera de la solidaridad y promovieron la idea de que una buena suma de dinero podría permitirme salir del país y ser operado tal vez en Estados Unidos u otra nación con mejores tratamientos para el cáncer.
Es así como el 30 de agosto de 2012 por la noche fui recibido en el Estadio Nacional Jorge «Mágico» González. Mis colegas habían organizado un partido benéfico y muchas ventas de comida y bebidas. En mi vida, no entendía el acoso de las cámaras, la luz de sus flashes destellando muy cerca.
Esa noche me llevé grandes sorpresas. La primera fue encontrarme con una decena de periodistas esperándome en la entrada del estadio para entrevistarme. Había más de un millar de personas en los graderíos del costado poniente. Mis colegas de «Diario Co Latino» vendían hamburguesas patrocinadas por Maribel Molina y su esposo, Lito, así como pizza y sodas. Es risible decir que sentí similitud con los artistas y estrellas del fútbol, quienes suelen declarar acoso periodístico. Me hice famoso esa noche.
El encuentro en la cancha era entre los exmundialistas de fútbol de España 1982 y amigos periodistas de la sección de Deportes de «La Prensa Gráfica» y «El Gráfico» junto con personajes de la farándula nacional. Las cabezas de la organización de ese partido benéfico fueron Mario Posada, Daniel Herrera y Carlos Vides. El juego se había promocionado en Fanáticos Plus de Canal 21.
Esa noche había dispuesto no hablar para que el tumor no me sangrara, y evitar así una hemorragia grave. Al final terminé concediendo 10 entrevistas. Tuve la oportunidad de hacer saque de honor y de estrechar la mano de personajes que solo había escuchado en la radio o visto por televisión.
Así pude saludar y recibir el abrazo solidario de ex estrellas del fútbol como Norberto «Pájaro» Huezo, Mauricio «Tuco» Alfaro, Carlos Castro Borja, Álex Amaya del Cid y Adrián La Cruz, y de personajes de la talla de Salvador Alas, la Choly; Daniel Rucks; el Gordo Max, y el payaso Chimbombín.
También tuve el apoyo del empresario Jorge Bahaia y de los presidentes de clubes de primera división. El evento acabó convirtiéndose en una fiesta y dio visos de unión del gremio periodístico.
El Mágico González no asistió al evento, pero tuvo la gentileza de llamarme al celular para excusarse y ofrecerme su apoyo en nuevas actividades. Le agradecí el gesto y me sentí honrado de que el futbolista más grande de El Salvador se haya tomado la molestia de llamarme y mostrarme su apoyo.
Recuerdo al equipo de periodistas de «La Prensa Gráfica» conformado por Byron Sosa, Loida Avelar, Carlos Chávez, Érick Estrada, Sigfredo Ramírez, Rónald Portillo y Diana Ayala, quienes se afanaban vendiendo unas tostadas de plátano esa noche.
Todo eso me colmaba de una enorme alegría, pero me llenó de máxima satisfacción que los periodistas dejaran por un momento sus rivalidades profesionales en la búsqueda de la primicia o la información por una causa como la mía.
Dos días después, cerca de 30 periodistas de diferentes medios de comunicación e instituciones públicas dejaron a un lado las grabadoras y cámaras para coger una alcancía y recolectar fondos en el monumento al Salvador del Mundo.