Enuncié que ya no hay condena, que tu sabia mano cobija la pena, la última espera del indolente hartazgo, ahora es esperanza viva de la patria nueva…
Enuncié, puro agente, que te has convertido en héroe, siendo pequeño del cuerpo, tu gigantesca alma va por las laderas como salvaje amante de la paz del cielo, incauto poeta de la armonía plena…
Evoco aquellas afonías inmoladas, vertiginosa fundición de la impunidad hecha fantasía, usura de recompensa a la mayor bravura, nebuloso hartazgo de excreción inclemente…
Enuncié que ahora el enemigo tiembla al escuchar tu nombre. Ese traidor quemante de manifestaciones roídas, mediocre empacho del pasado animal, avergonzado por la alta esfera de tu indómita verdad…
Enuncié que en cada agente vuela un soneto de libertad entremezclándose la lírica de tu poder avasallante, el estandarte de tu azul oscuro, el néctar vivo de cada sangre derramada en la acera…
Evoco la fastidiada patraña apropiada de ese arcaico y apocado ideal tiznado de los autonombrados señores del terruño que atracaron a morrales llenos su talego de plata…
Enuncié que eres tentáculo de la calamidad interesada, onda que aviva la centellea viñeta disipada, celo moral de incontables penas, eterno protector de la rima amante…
Altísimo agente de encumbrada savia eterna, hoy te canto como avasallante guerrero de mi corolario de perlas, dulce y fuerte zenzontle de esferas, actor primero de la bella patria nueva.