Tengo recuerdos de situaciones que me hicieron sentir muy feliz en diferentes etapas de mi vida, y algunos de esos recuerdos aun me sacan una sonrisa; y como es inevitable también tengo recuerdos que me hicieron sentir muy triste, después de un tiempo he aprendido a convivir con ellos. Todos los seres humanos tenemos recuerdos y experiencias similares pero al mismo tiempo son totalmente diferentes; por la situación que estamos viviendo, las pérdidas de seres queridos de nuestros amigos, compañeros de trabajo, compañeros de universidad y familiares, se han vuelto más frecuentes.
Mi abuela marco mi vida; una mujer a quien llevare en mi corazón siempre, divertirse con ella era muy sencillo, cada momento se convertía en un momento alegre, un momento de aprendizaje, su paciencia para que aprendiera las tablas de multiplicar la practico ahora con mi hijo, su creatividad para ayudarme a entender sobre la historia general ha sido de gran ayuda para poder encontrar la metodología adecuada para enseñar a otros diferentes tipos de conocimiento, su apoyo para desarrollar mis habilidades manuales está dando resultados con las tareas en las que mi hijo necesita de mi asistencia; siempre tendré presente esa jovialidad que la caracterizaba, en los juegos de mesa era tradición que hiciéramos pareja para jugar, sus chistes tan particulares de cosas cotidianas; la recuerdo siempre con una sonrisa y mirada de amor cuando compartíamos momentos abuela y nieto.
Me enseñó cómo debía cuidarme emocionalmente, gracias a ella aprendí que hacer es mucho mejor que hablar; entendí que se puede apoyar a las personas con una sonrisa amable, que si guardo silencio mientras alguien está compartiendo algo importante le demuestro mi interés; escuchando atentamente las experiencias de otros le doy el valor que merece su confianza; abrazar y acompañar sin decir palabras, hace sentir mejor que cualquier frase.
En el momento que lo viví, me fue imposible entender las preguntas o frases de familiares y amigos; que considero, se han transmitido culturalmente a lo largo del tiempo; “¿Qué pasó?” Fue una pregunta que escuche y no pudo más que pasar por mi mente: perdí a mi abuela a quien tanto amaba; “¿y cómo fue?”, con un nudo en la garganta me fue imposible expresar: vi su mirada y sonrisa apagarse poco a poco a lo largo de un mes; escuche también a alguien decir “ahora está en un lugar mejor”, pero yo estaba convencido pensando que conmigo era un lugar adecuado; otros dijeron “pronto vas a olvidar este trago amargo”, aunque yo estaba seguro que mi abuela siempre será una persona dulce en la cual pensar y a quien recordar; y cuando me dijeron “tienes que ser fuerte”, esa frase sentí que me golpeó y presionó el pecho, su ausencia dolía y me sentía cargado emocionalmente; poco a poco tuve la oportunidad de despedirme de mi abuela, en varias ocasiones y de diferentes formas.
De acuerdo con el modelo de Elisabeth Kübler-Ross; psiquiatra suizo-estadounidense, existen cinco etapas que son negación, ira, negociación, depresión (que no es el trastorno mental) y aceptación. Lo más hermoso de haber vivido esta experiencia, ha sido apoyar a otros para que superen procesos de duelo; tu que lo has vivido y superado demuestra tu “aquí estoy” de forma apropiada a quien lo necesite.
Todos debemos sacar el mejor provecho al aprendizaje de nuestras experiencias; en mi caso haber perdido a un ser tan amado como mi abuela, pienso que fue muy importante para reflexionar en cómo debía comportarme con las personas que también sufren pérdidas.
Las noticias solo llegan, difícilmente estaremos preparados para todas las situaciones emergentes; en esta ocasión las anécdotas son desde otra perspectiva. Todos tenemos recuerdos de cuando éramos niños, sobre juegos, piñatas y momentos tiernos; pero conozco a alguien que recuerda cómo aprendió a cargar un camión de cuatro toneladas con vara de castilla y cuartones de madera, disfrutar de los viajes a casa de sus abuelos donde podía despertarse muy temprano para ayudar a ordeñar vacas, salir a escondidas para cabalgar sin montura o como ella lo comparte: «Cabalgar a pelo». En esta familia de cuatro hermanos, su mamá les enseñó que el esfuerzo tenía sus recompensas y que por difícil que pareciera podían lograr sus objetivos, aun empezando desde cero.
Cuando me dijo que su mamá tenía una enfermedad que requería un tratamiento complejo, tengo muy presente esos ojos con forma de almendra, de un café claro agradable y sutil, atenuando su brillo al pensar lo peor. Yo sabía que mis palabras no ayudarían en nada, así que decidí que era mejor demostrarle de una manera diferente mi «aquí estoy», como yo anteriormente hubiera querido.
Fueron días atareados a partir de esa noticia, ella quería estar el mayor tiempo posible para su mamá, así que cuando quería estar a las seis de la mañana saludando a su mamá en el hospital, íbamos; al mediodía comíamos lo más rápido que se pudiera, para nuevamente visitarla; cuando salíamos del trabajo, el destino era el mismo; y cuando recordaba que al día siguiente había que trabajar, nos íbamos. Un día luego de diferentes tratamientos y procedimientos, los médicos dijeron la frase más difícil que cualquier hijo puede escuchar: «No hay nada más que hacer». Desde ese momento viaje por la carretera de San Salvador a Cojutepeque, en todos los horario posibles.
Luego de que su mamá dejara este mundo mortal, necesitaba el verdadero apoyo; la escuché sin interrumpir y le hacía saber que la había escuchado devolviéndole con mis palabras lo que había comprendido. Acompañe los silencios con silencio y los abrazos cuando fue necesario; evité compartir mi experiencia de pérdida, ya que en ese momento lo más importante era ella. Si quería llorar, sabía que conmigo podía hacerlo las veces que quisiera y fuera necesario. Carl Rogers, psicólogo estadounidense con enfoque humanista, abordó puntos importantes de lo que se debe tener en cuenta para un adecuado apoyo, sin necesidad de ser un profesional de la salud mental. Rogers mencionó: actitudes y respuestas empáticas, escucha activa, aceptación incondicional y autenticidad.
Sé que no soy el único que ha vivido una pérdida, ni mucho menos el único que ha acompañado a otros en una situación similar, pero quiero que todos reflexionemos sobre las palabras que expresamos en momentos similares; recordemos cómo nos sentimos al vivir algo así. Los humanos somos emocionalmente frágiles, y tenemos más cosas en común que diferentes. Todos debemos tratarnos con el mayor amor posible en situaciones difíciles, con mucha delicadeza, para que demostremos la forma más apropiada de nuestro «aquí estoy».