Tres debacles electorales consecutivas y el consecuente paso a la irrelevancia municipal y legislativa; pérdida total del control de las instituciones, especialmente de la CSJ y de la FGR; reactivación efectiva del proceso judicial por pacto con las pandillas criminales; apertura de investigaciones por plazas fantasmas, financiamiento ilegal a las ONG de fachada y sobresueldos fraudulentos.
En ese marco de desastre se efectúa, por orden judicial, el allanamiento y embargo de todos los activos del partido, para que el Estado recupere los $10 millones que ese instituto político robó a los afectados por los terremotos de 2001.
El agravante es que prácticamente toda la jefatura partidaria, sus cuadros intermedios, sus tanques de pensamiento y sus financistas parecen estar involucrados en esos graves ilícitos.
Al menos desde la perspectiva del análisis se puede afirmar sin demasiado riesgo que estamos frente a un partido político estructuralmente corrupto y en plena fase terminal. ¿Qué alternativas podrían tener los dirigentes, cuadros intermedios, intelectuales y financistas de ese partido?
Hasta ahora las salidas tradicionales han sido las siguientes: una, quedarse callados, intentar capear individualmente la tormenta y esperar que se salve quien pueda; dos, poner cara de bracos y fingirse perseguidos políticos.
El problema es que en el nuevo contexto político, determinado por una correlación de fuerzas abrumadoramente adversa para ellos y con una nueva institucionalidad que ya no está bajo su control, ambas alternativas son vanas.
En el primer caso ocurre que ni el silencio ni el disimulo operan como atenuantes frente a la ley; en el segundo caso puede tomarse como referencia la actitud asumida por Ernesto Muyshondt, que, efectivamente, puso cara de bravo y se declaró perseguido político, pero que igual fue a parar a la cárcel.
Habría en teoría una tercera alternativa, esta sí sensata, dadas las circunstancias extremadamente críticas: devolver voluntariamente lo robado y disolver sin mayores pompas ni aspavientos ese partido.
Esto último es lo razonable, pero es precisamente lo que no harán. Si llegaron a la patética situación actual es precisamente porque, a lo largo de toda su historia y ante toda crisis, siempre prefirieron las vivezas de ratón antes que la autocrítica y la consecuente solución razonable.
Cuando el PCN entró en fase terminal al fragmentarse por completo la derecha salvadoreña, muchos se empeñaron en reconstruir ese partido, pero eso ya era imposible. Y fue el fundador de ARENA, Roberto d’Aubuisson, quien lo entendió y ante esa propuesta peregrina respondió con un famoso dicho popular: «Es más fácil parir un hijo que revivir un muerto».
La disolución de ARENA ya no es ciertamente un acto que dependa de sus dirigentes, en tanto que esa disolución ya está en curso acelerado y ha sido puesta en práctica por el pueblo salvadoreño.
Una diputada de ARENA, en pleno ataque de histeria y sin duda hablando por todos sus compañeros, gritó en pleno hemiciclo legislativo que somos «un país de pasmados». Bueno, si eso es lo que opinan del pueblo, ¿qué esperan del pueblo?
Con muy pocos matices, esta misma historia o drama político es lo que en forma simultánea y paralela está padeciendo el FMLN, pero de ello hablaremos en la próxima columna.