«Antes no hubiera podido estar aquí tranquilo, hablando con vos, sin que los muchachos [mareros] nos hubieran venido a preguntar qué es lo que estábamos conversando y hasta hubieran podido ocurrir otras cosas», dijo Pablo Montoya, un habitante de la quinta etapa de la colonia Las Margaritas, municipio de Soyapango. Así de letal era el solo hablar entre extraños en esa zona, donde las maras crecieron debido a las amenazas.
Desde hace varios años, Pablo se dedica a lavar los autobuses de la ruta 41. En el momento en que lo encontré, barría el espacio donde en un par de minutos estaría un bus para su respectiva limpieza. Entre el ajetreo del barrido, hizo una pausa y me comentó que tiene más de 30 años de vivir en el lugar y su casa está situada enfrente del parque, que por muchos años fue el límite entre la Mara Salvatrucha y la pandilla 18. Una «frontera» que se comenzó a borrar desde marzo de este año, cuando el Gobierno del presidente Nayib Bukele emprendió el combate frontal a las maras y desapareció por completo con la implementación del cerco de seguridad en el municipio.
Pablo dio cuenta de que le ha tocado vivir cada una de las etapas de la colonia: cuando Las Margaritas era tranquila, el inicio de las pandillas, el crecimiento de las maras, la situación incontrolable de la violencia terrorista y ahora en los tiempos de tranquilidad y seguridad debido a la sólida estrategia de la administración Bukele.
«Sí, esta era una zona caliente. Aquí la vimos negra, las balaceras ya eran parte del diario vivir, una normalidad, pero como te digo y siempre he dicho: el que nada debe, nada teme», manifestó Montoya.
Pablo afirmó que a pesar de que no se metía en problemas, no se confiaba completamente, pues siempre había personas «chambrosas» que, por no caerles bien, podían ponerlos en mal con los mareros.
«Una vez me pegaron una buena leñateada los mareros y no vayas a creer que con un palito de este, como mi escoba, sino que eran unos palos gruesos. Me dieron como 10 golpes y esa vez solo porque una vieja, a la que le caía mal, me puso el dedo con ellos, pero luego se dieron cuenta de que todo lo que les habían dicho de mí no era cierto, pero ya era tarde porque me dejaron bien golpeado», comentó.
Cruzando la calle
Dejé a don Pablo y continué mi recorrido hasta las últimas viviendas de la quinta etapa de Las Margaritas, hasta la calle que conecta con la San Nicolás, colonia que antes era territorio asediado por la 18. Los habitantes ahora se desplazan con tranquilidad de una zona a otra sin el peligro de ataques o perder sus vidas, los vendedores ofrecen sus productos sin temor y hasta un grupo de Testigos de Jehová volvió a la zona a tocar cuanta puerta pueden para evangelizar.
Según los habitantes de la zona, Las Margaritas comenzó a cambiar desde hace ocho meses con la puesta en marcha de la guerra a las maras, cuando comenzaron a detener a todos los pandilleros que por mucho tiempo los atemorizaron.
El pequeño parque, que por años fue lugar de reunión donde «brincaban» a los nuevos mareros y asesinaron a varias víctimas, ahora tiene nuevos visitantes; unos niños que juegan fútbol en una cancha de basquetbol, sin la preocupación de estar acechados por los terroristas, pero siempre bajo la supervisión de un grupo de soldados que patrullan la zona en el marco del cerco de seguridad.
En la entrada del parque está un negocio que atiende María Martínez, de 24 años; y su sobrina, una adolescente. La comerciante afirmó que está feliz por la medida implementada por el Gobierno porque su hija, de solo cuatro años, podrá disfrutar lo que ella no vivió: crecer y desarrollarse en un ambiente fuera de la violencia de los pandilleros, de rostros manchados, de balaceras a toda hora y sin el acoso de delincuentes.
«Me siento demasiado feliz por todo esto que está pasando, porque estoy segura de que mi hija va a tener una vida mejor que la mía, porque mis 24 años de vida los he pasado aquí en esta parte de la colonia que era el límite con la otra mara. A veces no podía salir por el temor de cualquier ataque, por el miedo a perder mi vida en una balacera, pero ahora sé que mi hija va a disfrutar su vida libre de las miradas y los peligros de las pandillas», comentó la vendedora, que además ya no es extorsionada.
Los lugareños manifiestan que su zona ha cambiado drásticamente gracias al plan de seguridad que ha traído la paz y tranquilidad que por muchos años anhelaron y que les fue negada por las administraciones anteriores. En la actualidad, los habitantes pueden platicar con toda libertad con un soldado, un policía y hasta con un extraño sin la preocupación de represalias.