En el vertiginoso siglo XXI, entre estruendos de guerras, crisis económicas, las consecuencias del cambio climático, saliendo de una pandemia y bajo la amenaza de otra, se revela un episodio que destella como genuina fuente de regocijo: la gestación y construcción de una nueva biblioteca pública, un hecho fundamental, un hecho fundacional.
Me refiero a una biblioteca, no a un nuevo restaurante, no a un espacio privado; una biblioteca pública. Esta no es un repositorio de volúmenes, sino un catalizador del aprendizaje, un rincón donde la investigación, el estudio y el flujo de ideas se entrelazan, propulsando la educación formal y nutriendo la curiosidad intelectual desde las primeras páginas de la vida.
La inversión en la creación de esta biblioteca pública no es meramente un tributo al presente, es una fuerte apuesta por el futuro. En este refugio intelectual, la comunidad tendrá la oportunidad de vislumbrar un horizonte de posibilidades nunca antes visto: que la información depositada aquí, junto con la adecuada tecnología que se ha utilizado, está a su alcance sin restricciones, cumpliendo con los objetivos que la Unesco ha planteado para las bibliotecas públicas: que sus servicios se articulen en torno a la información, la educación y la cultura, convirtiendo a este hito en nuestro país en un equivalente a erigir puentes hacia un mañana más ilustrado y equitativo, que pueda servir de ejemplo para toda la región.
Un rincón especial para la infancia
En esta celebración literaria, la nueva Biblioteca Nacional de El Salvador se alza como faro luminoso. Sus pasillos albergan un espacio dedicado a la primera infancia, meticulosamente concebido, donde familias y pequeños exploradores pueden deleitarse con más de 6,000 libros en tres lenguas: náhuatl, español e inglés.
En este importante rincón se entrelazan áreas de lectura, desarrollo psicomotriz, tecnología y narradores de cuentos, tejidas con el hilo de la imaginación y el conocimiento.
Niños y niñas, de entre ocho y 12 años, encontrarán una oferta literaria relevante, desde narrativa hasta poesía y dramaturgia, entre otras manifestaciones. Además, se despliegan 26,000 libros, donde todos los habitantes pueden explorar, soñar y aprender. Salas de lectura, áreas de computadoras, un rincón «gamer» y las inclusivas salas braille y sensoriales conforman este reino literario.
Así, la Biblioteca Nacional de El Salvador se erige como epicentro, donde pasado, presente y futuro convergen en un punto saturado de cultura, educación e imaginación. Un faro, un tributo a la herencia y una promesa para las generaciones por venir, donde cada palabra escrita es un eco que resuena en el alma de aquellos que se aventuran a explorar sus páginas.
(Deseo seguir contemplando las largas filas para entrar a la biblioteca, ojalá no paren jamás).