El sabio maestro Lucio Anneo Séneca dijo: «Lo que más nos perjudica es que vivimos, no al dictado de nuestra razón, sino según las ajenas costumbres». Precisamente, una de las problemáticas del mundo globalizado y poco tolerante es que se intenta incorporar a todas las sociedades costumbres y prácticas habituales que no cazan con la naturaleza de esos pueblos, creando lo que se ha llamado en esta columna el allanamiento de las buenas costumbres.
Si bien es cierto, es necesario que todos los países del mundo se abran y aprendan a nivel cultural de todos los pueblos del cosmos, menos cierto es que aprender también implica enseñar, y cuando no se da el derecho de ofrecer las costumbres originarias de una sociedad y solo se le entregan prácticas para ser incorporadas, se le desnaturaliza y se le irrumpe su derecho de mantener su naturaleza originaria, y ante todo de mantener en el tiempo su identidad.
Por ende, hoy más que nunca ese proverbio popular anónimo «Donde vivieres haz lo que vieres» es fundamental para comprender el respeto a la ideología y la identidad de cada pueblo; no solo por el hecho identitario, sino, ante todo, por la libertad y el derecho de regir su propio destino. Es una falacia que hoy se hable de respeto, pero se irrumpa en las decisiones que cada país quiere tomar sobre su rumbo; de ahí la necesidad de hacer respetar las costumbres inalienables.
De tal suerte que las instituciones educativas, las religiones y las familias deben recordar que son depositarias de las buenas costumbres de su pueblo y no han de obviar ese derecho y deber ante el mundo, ya que con ello se garantiza la posibilidad de mantener las tradiciones y de no ser allanadas por costumbres y legislaciones poco tropicalizadas que, en vez de ayudar a la resolución de una problemática social, terminan agudizándola con su cosmovisión y cosmogonía.
Por tanto, no puede ningún ciudadano de nuestra amada nación desatenderse de su deber social y divino a fomentar y cuidar las sagradas costumbres, que le ameritan como un cúmulo de seres y saberes propios y parte del todo mundial. Sobre todo, los que somos educadores y escritores tenemos un compromiso de gran relevancia ante esta cuestión tratada y se debe poner en la palestra de temáticas sociales a tratar la importancia de tal circunstancia y volverlo un tema de estudio, protección y fomento.
Es así que no queda más que rogarle, querido lector, a que vea la imperiosa necesidad de sacar del baúl de los recuerdos todo proverbio, enseñanza, tradición y más de las familias y de nuestros antepasados, alcanzando con ello una identidad tal en nuestro amado Cuscatlán, que se pueda regir el rumbo de la patria tal como ahora con dignidad se está haciendo y así dar a conocer al mundo entero lo que es y lo que se espera, conforme a lo que se tiene, se mantiene y se potencializa.
Empero, es de aclarar que esta no es una apología en detrimento de la transculturación, de ninguna manera; es solo dejar claro que cada pueblo tiene el derecho de defender y mantener sus costumbres y las decisiones que enrumben su patria, y eso es un derecho colectivo humano y, ante todo, un designado divino. Ya lo decía el sabio filósofo chino Confucio: «Un pueblo solo puede ser guiado por costumbres, no por saber». Que esta sea la tarea de nuestra gente del pequeño y gran Cuscatlán.