La mañana del 16 de noviembre de 1989, todo el país se despertó conmocionado como resultado de una terrible noticia que se trasmitió en las principales radios del país y más tarde por los canales televisivos.
Si la memoria no me traiciona, uno de los locutores de la época informaba con una voz entrecortada: «Este día, en horas de la madrugada, fueron cruelmente asesinados los padres jesuitas Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín Baró, Segundo Montes, Amado López, Juan Ramón Moreno, Joaquín López y López, y dos empleadas de servicio de la casa donde habitaban los mártires de la UCA».
Exactamente, un mes antes de tan horrenda masacre, un grupo de estudiantes de diferentes carreras de la Facultad de Economía recibimos de la mano del rector Ignacio Ellacuría, después de cinco años de estudios, los respectivos títulos universitarios. Dicho de otra manera, esta fue la última vez que el padre Ellacuría asistía a uno de estos actos.
En aquellos días, todos los que formamos parte de la comunidad académica de la UCA, y de los cuales algunos fuimos alumnos en la cátedra de Filosofía II del mencionado mártir, no podíamos creer que uno de nuestros más brillantes maestros había sido masacrado cobardemente, al igual que otros sacerdotes. Un crimen cometido por la cúpula militar de las Fuerzas Armadas a finales de la década de los ochenta.
El padre Ignacio Ellacuría tenía una inteligencia privilegiada, y su brillantez quedó plasmada en sus diferentes escritos, ponencias, cátedras, pero, más allá de su capacidad intelectual, cabe destacar que fue un hombre empático y honesto que vivió toda su vida defendiendo sus creencias en favor de los más necesitados.
Cuando asistimos a las clases de Filosofía II dictadas por el padre Ellacuría en el edificio C de la UCA, escuchamos de su viva voz que la única manera de finalizar el conflicto armado era a través de una tercera fuerza, y es que el país estaba polarizado por dos fuerzas antagónicas corruptas: el FMLN y la derecha salvadoreña, representada por ARENA.
La tesis lanzada por el padre Ellacuría en 1986 consistió en que, aun y cuando las dos fuerzas antagónicas se habían fortalecido —cada una por su lado—, era claro que ninguna de las dos había conseguido su principal objetivo, que consistía en derrotar a su principal enemigo en el campo político-militar.
Por tanto, el padre Ellacuría sostuvo en aquellos días del conflicto armado que era necesario hacer un cambio cualitativo nuevo, y esta tesis se basó en apelar a la sociedad civil para que tomara un rol más activo y así detener el mencionado conflicto. Y cuando Ellacuría planteó la tesis de la tercera fuerza nunca se refirió a un nuevo partido político, sino más bien a una sociedad civil que ejerciera presión sobre ambos contrincantes para terminar el conflicto.
El padre Ignacio Ellacuría, desde su trinchera, buscó siempre una solución negociada al conflicto armado. Y cabe destacar que aquel mártir tuvo una presencia mediática no solo en la sociedad salvadoreña, sino también a escala internacional. Y es que sus ideas, ponencias, diálogos y tesis con representantes de diferentes países y organizaciones internacionales lo convirtieron en una voz que poco a poco cobraba fuerza.
Dentro del país, Ellacuría promulgó un debate nacional por la paz en donde la participación de las diferentes organizaciones era clave. Ningún estudiante de la UCA de aquella época me dejará mentir sobre las conferencias que se organizaban en la universidad con la única finalidad de buscar soluciones para alcanzar la tan esperada paz.
Cuando ARENA llegó al poder en 1989, el padre Ellacuría sostuvo que con este triunfo de la derecha se abrían las posibilidades de alcanzar la tan esperada paz, porque la guerrilla tenía la oportunidad de sentarse a dialogar con sus verdaderos contrincantes: «El poder económico detrás del trono»; y es que en los gobiernos de Duarte la democracia cristiana solo jugó un papel mediático, porque su misma naturaleza como partido político les impedía negociar con la guerrilla. En otras palabras, carecían de un verdadero margen de acción, sobre todo porque no formaban parte del poder económico que históricamente caracterizó a nuestra nación.
Jamás olvidaré aquella cátedra dictada por Ignacio Ellacuría en la que expuso que podrán matar a las personas, pero las ideas nunca morirán. El jesuita mártir nos abandonó para siempre, pero sus ideas siguen latentes en la sociedad salvadoreña.