El ser humano toma decisiones todos los días. Estudios actuales muestran que tomamos un aproximado de 37,000 acciones diarias, pero gran parte de esas acciones las toma nuestra mente inconsciente.
El número de resoluciones diarias reales conscientes se limita a 100; esto se traduce a un poco más de cuatro por hora desde que nos levantamos: decidir qué ponernos, desayunar y hasta con quién casarnos.
Nuestro consciente e inconsciente juegan un rol muy importante en nuestras metas y propósitos personales; en muchas ocasiones nos afecta el no saber cómo dirigirlos y eso puede causarnos más mal que bien.
Esa vieja frase cliché que nos repetimos constantemente de «yo ya soy así y no puedo cambiar» ¡es absolutamente errónea! Podemos modificar nuestro carácter, nuestra forma de ser y, por consiguiente, nuestra vida, entendiendo cómo funciona nuestra programación mental. Todo es posible si tenemos la voluntad de hacerlo y sabemos cómo.
Siendo simplistas, podemos decir que nuestra mente consta de dos partes (en realidad son más, pero eso no es importante ahora, nos enfocaremos en dos): la consciente y la inconsciente.
Nos damos cuenta de que mientras realizamos determinada tarea hay percepciones que pasan por «detrás» de nuestra acción principal. Estas acciones son guardadas y registradas por la mente inconsciente.
La mente consciente es la que usamos diariamente cuando necesitamos tomar decisiones, es la que verifica toda la información guardada en nuestro cerebro, en la memoria a largo plazo, claro que eso pasa cuando lo solicitamos y como el inconsciente lo presenta.
En el inconsciente se almacena toda la información que obtienen nuestros cinco sentidos desde que estamos en el vientre de nuestra madre, y actúa de forma automática y natural; nos hace repetir comportamientos grabados sin analizar la razón por la cual ejecutamos esa forma de actuar o de desenvolvernos.
Si podemos ilustrar de una manera muy sencilla al inconsciente, se le puede comparar con un personaje muy singular: Homero Simpson, quien sobrevive a diversas circunstancias sin hacer mayor esfuerzo en cualquier área de su vida, sin propósitos, solo disfrutando el aquí y el ahora, sin medir las consecuencias de sus acciones.
A la mente consciente se le puede comparar con el CEO de una empresa. Es aquel que toma acciones ejecutivas. El CEO solicita la información al inconsciente, y este le presenta la documentación necesaria para que el CEO ajuicie la mejor resolución para beneficio de la empresa y la optimización de los departamentos involucrados.
Como observamos, si nosotros conquistamos nuestra conciencia de forma sensata, evitaremos que el Homero Simpson de nuestra mente tenga el control de nuestra vida, así obviaremos repetir comportamientos limitantes para nuestro desarrollo personal y profesional, y dejaremos de mencionar esa frase limitante que nos repetimos constantemente: «yo soy así y no puedo cambiar».
Dejemos que nuestro CEO interno tome las decisiones más adecuadas para nuestro desarrollo profesional y personal; llevemos a cabo acciones ejecutivas conscientes.