Tal como expresó el maestro de la pluma Víctor Hugo: «El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido.
Para los valientes es la oportunidad». Sin lugar a duda, la historia elogia a quienes con valentía se atreven a vivir y a hacer las cosas de forma distinta, aun cuando no sea comprendido su actuar.
El mundo entero está cada vez más abierto a la libertad, pero al mismo tiempo y de forma casi irónica, cerrado a lo distinto, hoy que más se exalta lo diverso, más se condena lo nuevo que no lleve la marca de las mayorías.
Esta casi burlesca doble moral del nuevo mundo no permite que el ser humano sea capaz de crear y de ser a su propia consciencia.
No se puede esperar que las sociedades se esmeren en mejorar sus propias condiciones de vida si se les pone la barrera de la diversidad con marca registrada; solo la verdadera independencia puede ofrecer algo realmente nuevo y bello.
Por ende, es necesario que se busque a nivel social la manera de envalentar a los individuos. Empero, la forma más certera de vivir y hacer distinto pasa por la oportunidad de la verdadera libertad, esa en la que el individuo se vuelve así mismo creador y creado, caminante y camino, libertario y liberado.
No hay otra forma. Este nuevo orden debe permitir que los valientes actúen según sus propios ideales y que, con ello, abran el sendero de todos aquellos que, por diversos factores, aún temen el reproche social, de vivir distinto y ser distinto.
La vida se debe encarar con libertad, con verdad y con valentía, todo sector que se elogie a sí mismo como formador debe permitir, ante todo, la libertad de ser, sentir y hacer conforme los propios principios de actuación y los más altos ideales de la creación humanista.
Aquel que ha encontrado su camino no puede ni debe temer a recorrerlo.
En el libro hermoso de Filipenses, el seguidor de Jesús de Nazareth, conocido como el apóstol Pablo, expresa lo siguiente: «Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay algo de virtud, si algo digno de alabanza, en esto pensad».
Dígame, querido lector, ¿acaso esto no es más que claro, una invitación a ser valiente de actuar conforme a ideales conscientes y de grandeza espiritual? Pues bien, conservar la vida a costa de no vivirla es una pobreza intelectual y valorativa, que no puede ni debe permitirse ya.
Lo que en El Salvador está pasando con respecto al régimen de excepción, más allá de las valoraciones jurídicas, es una realidad que se ha tenido el valor y el coraje de corregir: un mal endémico creado por décadas gracias a la avaricia de los ricos y poderosos de este país.
Pero tal como diría el maestro Lucio Anneo Séneca: «Muchas veces es valor el conservar la vida». Y si para conservar la mayor cantidad de vidas se debe irrumpir derechos de quienes tratan de quitar esa sagrada vida, entonces las acciones encomendadas por el presidente de la república no pueden más que considerarse valientes, loables y dignas de todo elogio.
Tal como expresé en el inicio de esta columna, solo es de valientes vivir y hacer distinto, aun cuando la sociedad actual no comprenda esa forma de vida, pero para quienes no tuvimos otra opción de nacer y ser distinto, a pesar del dolor de la incomprensión, no hay mayor grandeza para la propia vida que vivir bajo los propios ideales y el anhelo de una nueva sociedad diversa, creadora y amante de la verdad. ¡Que vivan pues los valientes dignos de lo distinto, pues de ellos será el reino de la admiración!