Ya Aristóteles decía «el hombre es un animal político», y en la ciudad que describe en su obra «La política» retoma las ideas platónicas entre justicia y sabiduría, entre moral, política y el deber. Pero antes Hipócrates hablaba de casas soleadas, colocadas en calles rectilíneas, que facilitaban la circulación entre barrios, en una ciudad ideal. Desde entonces se hablaba de planificación de las ciudades, por ejemplo, la ciudad de Mileto reconstruida por Pericles. Las ciudades son y muestran su realidad arquitectónica y urbanística según los valores de quienes las gobiernan.
San Salvador, sarcásticamente llamada «gran san salvador», es una muestra real y vergonzante de lo que no es una ciudad; sobre todo si se estudia y analiza su desarrollo histórico y la expansión desordenada de los últimos años, sin olvidar las sucesivas catástrofes telúricas, inundaciones y el descuido del poco patrimonio cultural que aún queda. San Salvador ha sido también una ciudad nómada, obligada por los fenómenos telúricos y que mientras no se habían aplicado las últimas tecnologías (concreto, acero y otros) se vio obligada a emplear soluciones asísmicas de madera, lamina, ladrillo de barro, caña brava y adobe, cal y canto, etcétera.
Nuestras ciudades han estado administradas por gobiernos municipales, casi siempre divorciados del Gobierno Central, por lo que han sido expuestas a criterios empíricos o caprichos llamados «mejoras» sin ningún criterio urbanístico o arquitectónico. Así se han reubicado o eliminado algunos monumentos y plazas, cambiado circulaciones, usado edificios concebidos para otras funciones, autorizado o legalizado construcciones ilegales bajo gobiernos que han tenido una característica común: la corrupción. Así se han autorizado urbanizaciones ilegales, usurpado áreas verdes, licitaciones amañadas o simplemente robándose «carreteras de oro», autopistas o construyendo Sitranes inconstitucionales, etcétera.
La arquitectura históricamente ha desempeñado un papel fundamental para los grupos de poder, tiranos y déspotas, que han procurado, mediante ella, mostrar su poderío y su fuerza. Recordemos Grecia, Roma, Egipto y Babilonia; incluso la Iglesia con sus joyas arquitectónicas, el nazismo, el comunismo y el imperialismo la han utilizado. El atentado a las Torres Gemelas es elocuente. No iba dirigido a las víctimas, sino al poder que representaban las Torres.
Es triste ver que a proyectos como la renovación de las plazas más importantes de San Salvador, que nos hicieron creer en el resurgimiento de nuestra ciudad, no se les dé continuidad, se descuiden permitiendo de nuevo el desorden, pretendiendo dañar a un partido, cuando en realidad se daña a sus usuarios, al pueblo, quien es el que paga la inversión. Las ideas sanas son buenas y si son nuevas, mejor, y si estas pasan de la palabra a los hechos concretos, no son solo aplaudibles sino obligadamente necesarias; y los citadinos conscientes debemos apoyar toda gestión municipal o del Ejecutivo que nos haga volver a sentirnos orgullosos y dignos de una ciudad capital que por ahora solamente es un recuerdo.
¿Será posible con políticos de apodo y ladrones amparados en fueros y decretos? Soy optimista, digo que sí, porque creo todavía en la verdad y la justicia, en que los derechos del pueblo son todos y en la honradez de algunos.