Recuerdo con mucho cariño a mis compañeros, quienes, hace muchos años, cuando estaba en la escuela y sin darse cuenta, mostraban una verdad que en ese momento era difícil de percibir; hoy, muchos años después y de cientos de personas que, a la fecha, he conocido, he podido comprobar algo en común: parte del tiempo que pasaron en su educación básica, media y superior conocieron a personas que escribían poesía, que sin haber estudiado nunca algo relacionado a la poesía o haber leído trabajos de poetas famosos escribían de una manera natural, casi innata. Eso me llevó a pensar que realmente somos un pueblo con una cultura artística increíble, oculta en los corazones tímidos de miles de ciudadanos. El salvadoreño, por naturaleza, suele estar inclinado al desarrollo de las artes. Muchos tocan instrumentos musicales habiendo sido instruidos en la música de manera empírica.
Sin embargo, también encontré otros puntos en común: la mayoría de las personas con habilidades poéticas solían escribir únicamente para sí mismos. En un primer momento, a través de mi experiencia personal creí que no había otros motivos más que la elección de no compartir lo que escribían por la mera gana de no hacerlo, pero hablando con muchos otros llegamos a la conclusión de que el miedo a ser juzgado por lo que escribían los detuvo y, ciertamente, estamos en una sociedad en la que ser poeta ya no es sinónimo de intelectualidad, sino que quedó dentro de un rubro estigmatizado e incomprendido, desde la subversión y el amor no correspondido hasta la depresión. Pero la realidad dista mucho de los parámetros en los que se encajonó al poeta salvadoreño.
Me pregunto cuántos poetas y poetizas perdieron la oportunidad de desarrollar sus habilidades literarias y convertirse en verdaderos exponentes de las letras salvadoreñas, de haber llegado más lejos y escribir novelas; lamentablemente, para muchos ya solo significan recuerdos de lo que escribieron en su adolescencia. Sin embargo, muchos también vencieron sus prejuicios y miedos; decidieron ir más allá del velo del juzgamiento social y escribieron. Hoy por hoy, la poesía salvadoreña sigue viviendo, como siempre, en los versos exclamados en los bares, en los cuadernos de los estudiantes, en la «performance» de valientes en escenarios, en notas dentro de teléfonos celulares, en blogs de internet, en estados de Facebook y frases en Twitter.
El miedo es algo natural en nosotros, pero la valentía de salir de la zona de confort y hacer algo que nos apasiona es parte de crecer. Lo que detuvo a muchos al ser juzgados por pocos logró que encontraran a otros como ellos. El apoyo es algo incondicional para desarrollarse, pero es nuestra pasión, nuestra voluntad la que marca una diferencia entre pensar en hacer algo y hacerlo, para luego pensar en cómo hacerlo mejor.
Somos un pueblo rico en poesía, con escritores talentosos que hacen grandes aportes a la cultura y el arte nacional. Vale la pena explotar ese potencial. Tenemos mucho que ofrecerle a El Salvador. Nunca te limites.