Según las cifras del Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa) para El Salvador, en 2019 por cada 100 niños y adolescente menores de 15 había 45 adultos. En 2022, según el índice de envejecimiento, el 9 % de la población es mayor de 65 años y el 26 % menor de 14, es decir, las proyecciones apuntan al menor crecimiento de los infantes y más crecimiento de la población mayor.
Este problema del envejecimiento de la población ha forzado a los países europeos a plantear políticas públicas integrales que permitan afrontar la cuestión; es decir, involucrar al Estado y la sociedad en el abordaje de lo que ya es un problema en crecimiento.
Un problema radica en que esta es una población «económicamente no activa», lo que significa que la población económicamente activa debe cargar con el mantenimiento de este segmento social. Por lo tanto, representa un problema a futuro que hay que abordar y mientras más pronto mejor.
En nuestro país la esperanza de vida anda por los 72.5 años. Afortunadamente hay algunas iniciativas para abordar el problema representado en los datos estadísticos, pero del dicho al hecho hay mucho trecho. Y no lo digo para juzgar lo que se hace o no se hace en este punto; sino, a mi entender, para llamar la atención en un aspecto más profundo, el hecho cultural, el aspecto humano.
Nuestros antepasados mantenían una gran veneración hacia las personas mayores, porque ellos conservaban y perpetuaban los valores y las tradiciones que nos dan identidad propia, y sabiduría venida de la experiencia en los hechos enfrentados con el tiempo. Recuerdo haber leído sobre unas tribus en África que comparan la muerte de un anciano con la destrucción de una biblioteca, porque se pierde mucho conocimiento y sabiduría de toda una vida. Los viejos tienen allí la preferencia en las atenciones del clan. Los viejos no se hacían esperar, los otros deben esperar porque su tiempo es precioso.
En nuestro medio se privilegia la juventud y la innovación y se margina al viejo, aún más desde la perspectiva fisiológica. El estar viejo es sinónimo de deterioro, de pérdida de facultades, desechable. Este concepto bastante generalizado es interiorizado por muchos de los que trascienden la edad o como se le llama ahora: adultos mayores. El problema radica en que el imputado se lo cree y actúa en consecuencia. Asume por la «vox populi» que está descartado, que solo le espera la enfermedad y la muerte.
Esta afectación cuando se interioriza agrieta la psiquis, la mente, el alma, y repercute en el cuerpo. El viejo cae en la depresión y asume que su ciclo ha terminado. Adopta el personaje que lo invalida y lo vuelve dependiente, y así va muriendo lentamente en cuerpo y alma.
La verdad es que es una forma excluyente y dañina de ver esta época de la vida de todos los seres humanos, porque todos vamos para allí.
Dichoso el que llega a la vejez y puede disfrutar de la vida, muchos se quedaron en el camino, es una victoria de la vida llegar a esa edad. El camino recorrido en el tiempo le ha permitido desarrollar facultades para sortear las adversidades; es un cúmulo de experiencias; y en un país como el nuestro, un héroe, un sobreviviente.
El hombre mayor desarrolla sus facultades interiores con una gran energía, la que utilizó cuando de joven invirtió en su aspecto físico. Allá era intrépido, necio e inexperto, ahora ha desarrollado o está desarrollando los aspectos de su personalidad que no logró desplegar plenamente, es sabio, comedido, cauto, íntegro y libre cuando lograr vencer los prejuicios que una sociedad mercantilista le endilga.
Así que las organizaciones culturales deben trabajar en subvertir esta visión errónea y apuntalar el rol de los mayores en la sociedad y el Estado. Recordemos que son herramienta de preservación de los valores sociales y culturales, y pueden cumplir una labor pública, si se les abre espacio.
Las asociaciones de desarrollo comunal en los municipios o las instancias locales de cualquier tipo deberían contar con la sangre joven llena de energía, pero con la orientación de los mayores. El reconocer su valía insuflará el ánimo de seguir luchando por su vida y su patria. Perfectamente los profesionales y técnicos pueden funcionar en las empresas como asesores a cambio de un pequeño estipendio, por un par de horas de trabajo que les hará sentirse reconocidos, útiles. Con seguridad, su ejemplo, su fuerza interior y carácter repercutirá en beneficio de cada instancia que les dé un espacio. Hagamos la diferencia y preparemos un futuro más amigable con los queridos viejos.
«El arte de la vejez es arreglárselas para acabar como los grandes ríos, serena, sabiamente, en un estuario que se dilata y donde las aguas dulces empiezan a sentir la sal, y las saladas un poco de dulzura. Y cuando te das cuenta ya no eres río sino océano. Eso es lo que pretendo», reflexionó José Luis Sampedro Báez.