La desbandada de militantes y simpatizantes de los partidos que establecieron un sistema de beneficios solo para sus dirigentes, familiares y amigos, léase ARENA y FMLN, no ha sorprendido a la mayoría de los salvadoreños.
Era de esperarse que, después de 30 años, sus bases perdieran toda esperanza de que las promesas de desarrollo social y económico que recibieron de esos institutos políticos llegaran a ser una realidad.
Los simpatizantes de la izquierda soñaban con que el FMLN acabara con el capitalismo caníbal y negrero, afincado por la derecha, y reivindicara las luchas sociales por las que aparentemente peleó como guerrilla durante la cruenta guerra civil de más de una década.
En ningún país de Latinoamérica los propulsores del socialismo lograron instaurar ese sistema «per se», vendido como la doctrina política y económica que propugna la propiedad y la administración de los medios de producción por parte de las clases trabajadoras, con el fin de lograr una organización de la sociedad en la cual exista una igualdad política, social y económica de todas las personas.
Por el contrario, sumergieron en la pobreza extrema y el subdesarrollo a sus países, y el resultado es una corrupción galopante de los líderes «socialistas». Los ejemplos sobran.
En el caso de El Salvador, muchos simpatizantes del FMLN nunca entendieron qué intentó hacer el partido cuando gobernó por 10 años. Como bien lo expresó uno de sus reconocidos militantes «es que ni a remedo de socialismo llegaron».
Las razones del cambio de mentalidad y rumbo, por parte de sus líderes, fueron obvias.
Desde la firma de sus «acuerdos de paz», el FMLN transitó por la ruta más fácil: ser oposición del diente al labio.
Mientras con discursos elocuentes, desde sus curules legislativas, aparentaban oponerse a todas las acciones privatizadoras de ARENA y a proyectos que solo impactaban positivamente a las empresas y los bolsillos de sus propietarios, los izquierdistas lisonjeaban en privado a sus «adversarios» y extendían la mano.
Las mansiones, las propiedades, las cuentas bancarias, los autos de lujo y, seguramente, las bolsas de dinero almacenadas hablan por sí solos del estilo de vida de los altos dirigentes farabundistas, sus familias y amigos en detrimento de sus militantes y simpatizantes.
El más descarado personaje que llegó a la silla presidencial sin un cinco en el bolsillo y terminó con cientos de millones de dólares en su haber, Mauricio Funes, se convirtió en el monumento a la corrupción, como cabeza de su selecto grupo cercano —algunos por cierto aún no salen a luz— y a varios funcionarios izquierdistas que olvidaron de tajo al pueblo. El segundo Gobierno, el del señor que se dormía en las sillas, no se quedó atrás.
En 10 años, el FMLN dejó en claro por qué luchaba: por abandonar «las casas de cartón» y los tatúes, y convertirse en terratenientes, en millonarios, con estilos de vida de ricos, mientras sus combatientes, militantes y simpatizantes fueron sumidos en más miseria, y que hasta el día de hoy siguen reclamando justicia, igualdad y equidad social. Sus excombatientes continúan en las calles reclamando el reconocimiento económico por haber peleado la guerra que llevó al poder a sus dirigentes.
La salida de las filas del partido rojo, por parte de muchos de sus bases, alcaldes y exalcaldes, confirma que se hartaron de las mentiras y se dieron cuenta de que fueron vilmente engañados. Entre ellos hay liderazgos de décadas, jefes municipales que llevan más de ocho períodos y en los que la gente confía.
Decir que los que se van del FMLN lo hacen porque les han ofrecido dinero o porque es una «depuración» o porque tienen cuentas pendientes y buscan salir librados es caer en la misma vileza de los areneros, que pasan por la misma o peor situación. El cinismo desborda.