De acuerdo con las pruebas hechas durante los últimos cinco días por el Equipo Interdisciplinario de Contención Epidemiológica (EICE), El Salvador se encuentra fuera de la alerta de una segunda ola epidemiológica por COVID-19.
Las alarmas se encendieron después del aumento de casos detectados el 8, 9, 10, 11, 12, 13 y 14 de octubre y en los rebrotes encontrados en los municipios de Corinto, San Francisco Gotera y Santa Rosa de Lima (en la zona oriental del país), y en Chalchuapa (zona occidental). Sin embargo, las sobremuestras de pruebas PCR revelaron la reducción de los casos.
El presidente de la república, Nayib Bukele, anunció en sus redes sociales que también bajó la ocupación hospitalaria y no ha habido fallecidos por COVID-19 en hogares. No obstante, son datos prematuros, y el jefe de Estado no descarta que tarde o temprano habrá un alza de casos. Ante esa posibilidad, todos debemos prepararnos.
El Salvador goza de los números más bajos de contagios en la región centroamericana, con una situación incluso mejor que la de Costa Rica, país que muchos habían puesto como ejemplo no solo para el istmo, sino para el continente.
Esto es motivo de orgullo, pero no debe ser, de ninguna manera, razón para bajar la guardia. Por eso se deben mantener y —en la medida de lo posible— multiplicar los controles en el transporte colectivo, de forma que se cumplan las medidas de prevención, higiene y distanciamiento social.
Pero no se trata únicamente de que el Gobierno tome medidas: se trata de un asunto personal y de responsabilidad individual. Todos debemos tener la voluntad, la disciplina y el compromiso de elevar los estándares de higiene y cumplir con las normas de prevención. La mayoría de la población salvadoreña acata el uso de la mascarilla, pero eso no quiere decir que no haya personas que se nieguen a utilizarla o que incluso se molesten cuando otros les llaman la atención sobre su descuido.
Debemos cuidarnos entre todos. Evitar la propagación de la COVID-19 le atañe a toda la ciudadanía. Si cumplimos las medidas, todos nos beneficiaremos de una menor tasa de contagios: menos dinero se gastará en hospitalizaciones, la economía se dinamizará y, dentro de un tiempo más breve, podremos regresar a la normalidad de abrazar a nuestros seres queridos. Detener la expansión del coronavirus es responsabilidad de todos.