La vida, si no es absorbida en cada poro, entonces no es sustentada. Aquello que pasa mientras se está ocupado sufriendo o peleando es lo que, en el mundo de la filosofía, se llama la existencia. Ya lo decía el maestro Fiódor Dostoyevsky: «El hombre se complace en enumerar sus pesares, pero no enumera sus alegrías». Cuánto se desperdicia en recordar y martirizarse por lo que se ha sufrido y no por las grandes glorias y alegrías que se alcanzan.
Ciertamente, aquello que no cuesta se desperdicia, y como la vida ha sido regalada, entonces gran cantidad de seres humanos no la aprecian con el debido respeto que amerita. La vida es sobre todo un regalo, pero ese obsequio posee condiciones dadas por el Creador y por la vida misma; es decir, si se desperdicia, entonces la existencia misma se encargará de que sea olvidado ese ser sin medida ni inteligencia.
De tal suerte que cuando llegue la borrosa y misteriosa carroza de la muerte, si no se está preparado con una existencia profunda y bien sentida, se convierte en lastimera desventura y cárcel eterna para el alma. De ahí que la lentitud en la consciencia respecto a lo que ha de degustarse empuja al hombre sin esmero, en una cáscara marchante. No sea, pues, que la parca llegue como siempre, sin aviso, dispuesta a masticar incesantemente.
El sabio Lao Tse, en su «Tao Te Ching», expresa: «Un hombre con valor exterior se atreve a morir; un hombre con coraje interior se atreve a vivir». Es decir, vivir no es fluir solamente, vivir es degustar, recorrer, crecer, acariciar, errar, admirar, reflexionar, confrontar, alentar, construir y amar. Entonces, hay que tener el coraje de vivir a plenitud, con la intensidad con la que se nace y con la que se ha de morir.
Por lo tanto, no se permita seguir siendo chantajeado con el mucho sufrir de todos, con el necesitar de todos y sin ningún hombro cuando nace el llanto como bolitas de alma que deben salir a jugar. No se ha de consentir que se pudra la fruta del encanto por la tragedia del desencanto de la mugre social. Es tiempo, querido amigo, de que tome en su regazo la dicha de vivir, cantar, bailar y amar.
Por ende, que nazca en la profunda sinceridad del alma un murmullo de deseo de vivir con intensidad, con tanta dicha de existir y crear, que no quepa ninguna duda para gozar y osar y germinen niños locos y dispuestos a libertad, que tanto este mundo le hace falta, para que valga la pena andar. Que le sustente la vida, apreciado lector, que la pueda poner al costo de la libertad, en ese tren del disfrute, siempre y cuando sea con responsabilidad.
¡Se anima! ¿Por qué no? Sería mayor desperdicio no intentar vivir con intensidad, consciente de que la existencia es un regalo, pero, eso sí, con la condición de amar y, sobre todo, de crear en la plenitud de la marcha y el son de la alta estela del silencio y la mar. Que el patriotismo no sea el primero, sino ante todo el esclavo de la libertad, el sereno protector de la vida, que desde ahora será su máxima seguridad.
Que le sustente la vida, que le sustente el crear…