Vivimos, si es que a esto se le puede llamar vida, un secularismo triunfante, que entre lo profano y sagrado rige en el imaginario de los a sí mismos llamados religiosos cristianos. Nuestra visión actual de Dios desnaturalizada en un mundo que ha dejado de ser el nuestro, en donde, como siempre, sigue imperando el dolor, la humanidad vive soñando sin saber qué es lo objetivo, qué es lo aparente o cuál es la realidad.
«Las gentes entran en escena, representan de maravilla sus papeles, y los espectadores baten palmas; pero también los espectadores representan, sabiendo que todos engañan a todos; y el que no entra en la representación hace el ridículo y sigue la farándula dentro de las sendas del arte y la comedia», dice Ignacio Larrañaga; por ello, seguimos diciendo que todo acontecimiento es voluntad de Dios en lo que manda y promete; sin pensar que, al contrario, él lo sufre y lo padece como frustración de la obra de su amor en nosotros, no como un Dios de omnipotencia arbitraria, que pudiendo evitar nuestro dolor no lo hace y que pocos son los privilegiados con un sentido despótico hacia los demás.
Dios es algo distante de lo que siempre hemos creído: el Dios de la ley y del prestigio, conservador, el Dios fama, indiferente, castigador, religioso y puramente divino. Hoy se exige un cambio absoluto del paradigma que haga realidad una fe tradicional que afirmaba que Dios «llovía» en los salmos, que «tronaba» o mandaba la peste y las guerras.
La hipótesis de Laplace sigue dañando a la credibilidad y a la fe. Únicamente teniendo en cuenta y repensando nuestra concepción de Dios y de sus relaciones con el mundo cabe hoy una fe coherente y responsable. El cambio es difícil frente a una cultura y una sociedad basada en tradiciones, costumbres y fundamentalismos que aún quedan, y un consumismo y desperdicio como credo eterno, confirmando el hecho general de que la ambición del corazón humano no conoce límites; cuanto más posee, menos satisfecho se siente. Todo cambia, los tiempos cambian porque la vida también cambia porque es lucha y dialéctica que transcurre tanto en el cronos humano como en el «kairus» de los tiempos de Dios, desde la creación hasta su resurrección.
Lo que Dios nos pide en estos tiempos es un completo «cambio de mentalidad», una verdadera revolución en nuestros criterios, en nuestros sentimientos, en nuestra conducta. La escala de valores para la humanidad actual pone como preponderante primero la salud, seguida por el sexo, el dinero, el saber y la religión. Esta es la mentalidad de todo el mundo. Están pasados de moda Dios, Jesucristo, la salvación, la otra vida, pues la ciencia y la tecnología nos han abierto los ojos y satisfacen nuestros sueños, y aunque algunos condenan ambas, lo cierto es que por hoy sin ellas no sobreviviría la humanidad.
Los hombres han vivido durante los siglos pasados desde la visión sobrenatural, la visión mitológica, la visión religiosa hasta la actual secularización como un retorno a una nueva experiencia de Dios a través de una ideología-teológica llamada «teología de la liberación», surgida como respuesta a una realidad social que sobre todo en el llamado tercer mundo es reclamada con urgencia.
«Ha llegado la hora de desmontar escenarios y empezar a despreocuparse de la administración de la gracia, lo que no quiere decir olvidarse de la tradición; pero sí dándonos cuenta de que la tradición es el progreso de ayer y el progreso es la tradición de mañana, y aunque poderoso caballero es don dinero, con él se puede comprar un artístico crucifijo pero no un salvador; un suntuoso templo, pero no la mansión de los cielos», como dice Walcheren.