Hay guerras cuya estrategia consiste en una progresiva toma y consolidación de posiciones, peldaño a peldaño. Esta modalidad, también llamada de desgaste, suele tener una duración más o menos larga. En contraposición, hay otra estrategia bélica que se basa en la acelerada realización simultánea de varios golpes devastadores y definitorios.
La primera es conocida como guerra de posiciones; a la segunda se le define como guerra de movimiento o «blitzkrieg», palabra alemana que se traduce como guerra relámpago.
Optar por una u otra modalidad es una prerrogativa del estratega o comandante general, que se decide por esta o por aquella alternativa después de una rigurosa y exhaustiva evaluación de las condiciones dadas: terreno, cantidad y calidad de las tropas, equipamientos, medios y armamento, entre otros factores.
En rigor, la guerra emprendida por el Estado salvadoreño contra las pandillas criminales no inició con el lanzamiento del Plan Control Territorial, que fue más bien una secuencia eslabonada de varias fases preparatorias orientadas a garantizar una correlación de fuerza favorable. La batalla propiamente dicha comenzó con el régimen de excepción.
Es obvio que, más allá de dar a conocer algunas generalidades, ningún comandante general puede ni debe revelar públicamente los detalles de su plan estratégico, por lo que el reclamo de los voceros de la oposición de que dicho plan les fuera expuesto y explicado nunca tuvo el mínimo fundamento.
Los observadores solo pudimos comenzar a entrever algunas características de la estrategia de esa guerra cuando ya habían transcurrido varios días, o hasta semanas de la batalla. Y algunos pudimos deducir que efectivamente se trataba de una especie de «blitzkrieg», por cuanto era una operación a lo largo y ancho de todo el territorio nacional, de manera intensa, simultánea e incesante, 24/7, y que esa característica no variaría hasta que se alcanzara el punto de inflexión, es decir, el momento de cero posibilidades de revertir los avances.
Casi un año después, en retrospectiva y con los evidentes resultados a la vista, podemos decir sin temor alguno a equivocarnos que hemos sido testigos privilegiados de un fenómeno excepcional en la historia mundial de las guerras contra la criminalidad organizada y masiva: el diseño y la ejecución concreta de una estrategia impecable, prácticamente perfecta.
La operación continúa porque aún quedan unos pocos y cada vez más pequeños problemas por resolver, aunque todos entendemos que esos detalles ya son de naturaleza marginal. Lo cierto, lo realmente incontrovertible, es que las pandillas criminales ya fueron desarticuladas y derrotadas por completo en cuanto tales y que ya no tienen ni volverán a tener el control de un solo centímetro del territorio nacional.