Cuando el tren partió y sobre sus vagones iba un puñado de sueños, de los que muchos quedarían en el camino sin salir tan siquiera del estado sureño de Chiapas, decidimos entonces trasladarnos a la ciudad de Tapachula.
Tapachula es una ciudad más grande que Ciudad Hidalgo. Para llegar aquí hay que sortear varios retenes militares y migratorios de estricto control; la única forma de evadirlos es rodeándolos o pagando mordidas a las autoridades, pero de todo esto se encargan los coyotes. No hay forma alguna de pasarlos sin los documentos legales.
Otra vez la suerte de principiantes nos ayudó y no sé hasta el día de hoy cómo diablos hicimos para que nos dejaran pasar.
Al llegar a Tapachula nos dirigimos a otro refugio de migrantes: Albergue El Buen Pastor, dirigido por la hermana Olga. Si en Tecún Umán recogimos testimonios de lo difícil y dramático que era intentar subirse al tren y los atropellos y violaciones de las que eran sujetos en la frontera, aquí la cosa adquiría unas dimensiones más inhumanas.
Al llegar al albergue nos sorprendió la cantidad de migrantes hondureños y salvadoreños que se desplazaban en sillas de ruedas. El pasillo de aquel lugar diminuto era una pista de jóvenes que aprendían a maniobrar sus sillas de ruedas arcaicas, otros daban sus primeros pasos en muletas y muchos más tirados, literalmente, sobre colchonetas en el suelo.
Aquí ya los testimonios eran la segunda parte del intento de subirse corriendo al tren en marcha, ya no se trataba de la alegría efímera de haber logrado subirse y pensar que era el «casi» ya llego a los Yunai. Nada peor que la triste realidad.
Aquí supimos por sus relatos que una vez subidos en el tren la alegría les duraba poco. En los pocos kilómetros que separan Ciudad Hidalgo de Tapachula comienza la verdadera pesadilla. De vagón en vagón va una grulla de maleantes despojando de lo poco que les queda a nuestros «dreamers». El que se resiste es arrojado sin misericordia desde el techo del vagón en marcha; si le va bien, logra sobrevivir a la caída, pero lo más común es que sea succionado por las ruedas del tren y pierda mínimo una pierna. Las mujeres son violadas sin misericordia, de ahí que poco a poco las que se atreven a hacer esta odisea de cruzar México, por el método que sea, toman píldoras anticonceptivas para no quedar embarazadas, porque saben de antemano que una violación es posible.
Pues esos sobrevivientes de «la primera parada» del tren van a dar a estos refugios diseminados en Tapachula.
Como la hermana Olga, hay diferentes congregaciones religiosas y promigrantes que se dan a la tarea de dar refugio, pero sus capacidades son sobrepasadas por las oleadas de víctimas diarias.
Aquí nos encontramos con Tony, un joven salvadoreño que huyó de caer en manos de las pandillas, que decidió mejor probar suerte e irse para el Norris. La suerte le esperaba con una no tan agradable sorpresa, que en uno de los vagones de la Bestia Negra en el que viajaba, y no necesariamente en primera clase, unos vándalos de la sucursal de las pandillas de su colonia se encargaron de golpearlo y tirarlo. Al caer, Tony sintió cómo una corriente de aire lo jalaba por inercia hacia la línea del tren, y que en cuestión de milésimas de segundos una llanta del tren le despojó de la zurda goleadora. Esta historia nos sirvió como hilo conductor para uno de nuestros documentales.
Meses después de que con nuestro equipo habíamos regresado a El Salvador, lo encontramos en un pasaje cerca de la Zacarraca. Caminaba apoyado en una muleta y con mucho esfuerzo recorría frente a nuestras cámaras la colonia que lo vio nacer. Nos contó en detalle todo el viacrucis de su partida, de los miles de intentos que realizó su madre para convencerlo de que no se fuera, pero no le quedaba otra salida que huir para no caer en la pandilla. Nos dijo que quizás por su condición de lisiado le habían dado tregua a su regreso y todavía no lo habían acosado, pero sabía que solo era cuestión de tiempo. Le pregunté si lo volvería a intentar después de todo lo que le había pasado, se me quedó viendo y percibí por el brillo de sus ojos que en un instante se lubricaron con lágrimas que la respuesta, sin decírmelo, era que sí.
Cuando por fin teníamos el suficiente material para construir nuestro segundo documental, en un leve receso nos dimos cuenta de lo que teníamos en nuestras manos, lo que empezó en la pinche terminal de occidente subiéndonos al «Cóndor» había terminado por descubrir un mundo de historias dolorosas que no tenían nada que envidiarle a las que nos dejó la guerra. Nos propusimos entonces seguir escarbando más, buscar cómo posicionar este tema en la agenda mediática para mostrar lo que estaba pasando en nuestras fronteras. El Canal 21 nos abrió sus puertas, algo atónitos cuando vieron la primera entrega, se convencieron no solo de lo fuerte de las historias, sino de la calidad con las que estas estaban registradas.
Fue en este momento que bautizamos a nuestra productora. Raúl nos presentó varias propuestas, pero la más atinada era la de ponerle a la serie Meridiano. Cuando nos convencimos de que ese era, sentí que le faltaba algo y me detuve a ver un mapamundi, busqué cuál meridiano atravesaba Centroamérica y descubrí que el 89 atravesaba un poquito de El Salvador, rozaba Honduras, medio pasaba por Guatemala, por Belice y por gran parte de la costa atlántica de México hasta el Polo Norte. Decidimos entonces ponerle al niño Meridiano 89.
PD: Tony volvió a irse meses después de que lo entrevistamos, nunca más su familia y nosotros supimos de él.