El tan conocido refrán o máxima del humanista neerlandés Erasmo de Rotterdam «en el país de los ciegos el tuerto es el rey» (1469-1536) es sin duda alguna el mejor planteamiento que se puede hacer ante la temática tratada en esta columna, ya que el país consideró, por siglos, que era normal una serie de desafortunados sucesos que construyeron la mediocridad con la que se vivió y conoció a la nación.
Ciertamente, las observaciones en este acápite constituyen un análisis profundo hecho por varios pensadores a lo largo de la historia, entre ellos Friedrich Nietzsche, José Ingenieros, Erich Fromm, etcétera, pero que no han sido estructurados desde las laderas de la realidad centroamericana; es decir, consideradas como una realidad orgánica y pedagógica de lo devenido en El Salvador.
De tal suerte que la postura expuesta en esta ocasión ya ha sido tratada por su servidor en otras ocasiones, pero no bajo la perspectiva que hoy llena de orgullo; y es que quizá, y solo quizá, se está empezando a desmontar la «mediocritatem» nacida y mantenida al seno de este mundo centroamericano. No obstante, no se está juzgando «a priori», sino «a posteriori», bajo la vivencia actual del país.
El maestro José Ingenieros solía expresar al respecto: «La función capital del hombre mediocre es la paciencia imitativa; la del hombre superior es la imaginación creadora». Esa voluntad mediocre es la que por siglos, y sobre todo en las últimas décadas del país «democrático», se vivió en el territorio nacional, ya que se sentó una forma de pensar, de sentir y de admitir resignada y fuera de la dignidad.
Por lo tanto, los nuevos aires que se sienten en el país dan la sensación de que se puede y se debe elevar por encima de la mediocridad, que la gente merece vivir dignamente, en paz y, ante todo, encumbrar su cultura y modo de vida; por supuesto, este ideal es de largo espectro, pero el inicio se ha marcado y ahora es el tiempo de comprender que se debe avanzar, exigir, aportar y enaltecer la patria a través del trabajo honesto.
Por ende, es tiempo de que la sociedad salvadoreña acepte el regalo que se le ha dado, de disrumpir (del latín «irrumpere» e «interrumpere») con el pasado y la mediocridad del sinsentido en que se vivía y empezar a aspirar y aplicar un pensamiento propio, tanto desde lo individual como desde lo social, es decir, un carácter original de hacer política, trabajo, fe y patria. Es tiempo de ser, pensar y hacer desde la singularidad del cuscatleco.
De ahí la imperiosa necesidad de potenciar en el sistema educativo, en las instituciones religiosas y en el seno familiar una cultura de la verdad, del sí se puede, del es tiempo de dignificar al pueblo, del mi hijo será grande personaje, del mi padre merece una ancianidad digna y en armonía. Pero eso no será posible si se le deja el cambio solo a quienes enrumban el país; o somos todos o no avanzaremos.
Así pues, la cultura de la mediocridad se está desmontando, empezó por la estructuras sociales y administrativas del Estado, pero debe ir descendiendo a todos los sectores poblacionales, de tal suerte que se riegue como rosal en jardín de belleza incomparable, permitiendo que este pequeño e irónicamente gran país llegue a ser un conjunto de vida orgánicamente en perfección potencial.
¡El tiempo ha llegado, demuestre la voluntad de poder y la sensata sabiduría y grandeza de ser parte del desmonte de la cultura de la mediocridad!