Durante muchos años nos dijeron que El Salvador había sido un ejemplo para el mundo por la forma en que había resuelto su conflicto armado, es decir, a través del «diálogo y la negociación». Y que por eso los «acuerdos de paz» eran un modelo que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) trataba de replicar en otras regiones del globo asediadas por la guerra.
Sin embargo, lo que no se le dijo al mundo es que esos acuerdos entre ARENA y el FMLN fueron el germen de una violencia incluso mayor y que dieron paso a la implementación de un régimen corrupto de dos cabezas que se repartió los exiguos recursos del Estado para beneficiar a élites privilegiadas, tanto a financistas de estos partidos como a las cúpulas de estas organizaciones políticas.
Si bien los enfrentamientos militares cesaron, producto de esa negociación entre ARENA y el FMLN, lo que surgió después impidió que los ciudadanos pudieran vivir en verdadera paz. Los políticos corruptos saquearon el Estado y se volvieron millonarios al tiempo que dejaron crecer a las pandillas, que luego se convirtieron en sus aliadas, transando con la muerte y la sangre de millares de trabajadores y de sus hijos.
El Salvador pasó a convertirse en un ejemplo de cómo las bandas criminales se tomaban el control de un país. Con las maras imponiendo su terror, ARENA y el FMLN optaron por pactar con ellas, dándoles dinero a cambio de respaldo electoral e incluso prometiéndoles puestos en el Gobierno. La tregua que impulsó como política de Gobierno el FMLN fingió una reducción de los homicidios, pero en realidad permitió a las pandillas organizarse mejor, complejizar sus actuaciones y, en resumidas cuentas, hacerse de muchos recursos, tanto financieros como organizativos.
Ahora bien, con la llegada del presidente Nayib Bukele se acabó la tradicional alianza entre ARENA y el FMLN y, con ello, las negociaciones con los pandilleros. El Plan Control Territorial, que fue reforzado con el régimen de excepción, permitió al Gobierno recuperar barrios y colonias para que los salvadoreños puedan realmente vivir en paz y aspirar a progresar, ambas cosas negadas por los viejos políticos.
Ahora El Salvador es un verdadero ejemplo para el mundo de que, si se toman las decisiones valientes, es posible dejar de ser la capital del asesinato. Otros países quieren seguir el «método Bukele» para combatir el crimen. Así lo dijo esta semana el Perú. Y otros más que seguirán su ejemplo.