Psicológicamente hablando, el culto al sufrimiento que se instaura en ciertas épocas o estadios de la psiquis humana es profundamente peligroso, ya que se está ante una patología enfermiza. Aunque no es menos cierto que el sufrimiento fortalece el espíritu y sienta bases de creatividad, cuando se vuelve parte resignada de la vida, menosprecia el espíritu de la grandeza y la felicidad humana.
Es preciso, pues, establecer que no es natural mantener una actitud de masoquismo o de desesperanza, que se llegue a creer que es normal sufrir y mantenerse en una sociedad enferma. De cierto digo que el sufrimiento es un alargamiento psicológico del dolor (el cual sí es natural y necesario), pero no se debe establecer una vida basada en el dolor alargado por criterios de moda, de resignación o de fascinación al culto de la muerte.
De tal manera que cualquier individuo o sociedad, valga aclarar, como la nuestra, no se debe permitir seguir en el rumbo de creer que el país es pobre, la gente es pobre y sufrir permite liberarse del pecado y poder así llegar al reino de los cielos. No es natural querer ser parte de una sociedad enferma y, por ende, se ha de crear una nueva cosmovisión social que permita valorar la risa, la alegría, el júbilo, el canto, la fraternidad y las oportunidades de crecer y desarrollarse como persona y comunidad.
Tal como el maestro Wálter Riso lo plantea en el libro «Pensamiento flexible», es una falsa paradoja creer que para ser feliz se debe ser idiota o para ser un genio se debe ser infeliz. Se puede ser un ciudadano esforzado, creador y, aun así, ser feliz. Ya que la felicidad no depende de factores externos, sino de la consciencia de que lo que uno es, basta para ser lo que se es y, por tal, feliz.
Así pues, es de menester que el salvadoreño empiece un proceso de saneamiento interior y esto, por supuesto, necesita del apoyo del aparataje del Estado, que, a través de sus carteras, esparza una nueva concepción de vida social y despierte en el ciudadano un deseo por mejorar su situación económica, social y política, que presente con urgencia el Gobierno.
Por lo tanto, creer y confiar, dos elementos diferenciadores y coadyuvantes, son de menester en estos momentos históricos en el país. Creer que se puede mejorar, se puede ser feliz y se debe tener un mejor futuro para la nación y confiar en que el nuevo gobierno está creando las condiciones objetivas para tal propósito son los dos factores que permitirán el alza del vuelo del torogoz, representado en cada espíritu salvadoreño que anhela por fin vivir en libertad y pacificidad.
Pueda que este sea un magno ideal, pero ya ha comenzado un despertar de la consciencia social y eso es muestra de que el salvadoreño quiere y puede mejorar; uniendo las condiciones objetivas del Estado y las condiciones subjetivas de la población, se podrá sin lugar a duda construir el tan anhelado mundo de la psiquis individual feliz y de la psiquis colectiva feliz.
Es tiempo ya, tal como lo expresaba el maestro Frédéric Bastiat: «Cuando la ley y la moral entran en contradicción, el ciudadano se encuentra en la cruel disyuntiva de perder la noción de moral o de perder el respeto por la ley, dos desgracias tan grandes la una como la otra, y entre las cuales es difícil elegir». Pues bien, una moral de la felicidad y leyes que permitan su sostenimiento son lo que ha de imperar en la nueva República de El Salvador, accediendo así a un nivel más elevado de animación social y, por ende, de una sana mentalidad.