(Realidad de diversos sistemas educativos modernos que comparten la misma triste realidad con muchas iglesias modernas)
El príncipe de los predicadores Charles Spurgeon solía decir: «Llegará un día en que en lugar de pastores alimentando a las ovejas habrá payasos entreteniendo a las cabras». Esta cita fuerte para el contexto actual, según el criterio de lo políticamente correcto, más que nunca dicta una verdad que se observa en diversas iglesias en el mundo, sobre todo en Estados Unidos y Latinoamérica y, además, llevándolo al campo de la educación también se examina en el proceso de enseñanza, tal como lo exigen los modelos pedagógicos actuales de varias instituciones de educación superior.
Si bien es cierto que cada uno es hijo de su tiempo y la dinámica de esta es el cambio constante, es aún más certero que hay aspectos que por sí solos tienen su propio aprecio, necesidad y cambio, sin necesitar adornos externos. Esto se plantea bajo el argumento racional que, en el caso de las prédicas, la palabra de Dios por sí misma es «viva y eficaz, y más cortante que las espadas de dos filos, pues penetra hasta partir el alma y el espíritu» (Hebreos 4:12).
Así pues, la palabra no necesita flores, ni embellecimiento, en sí misma es suficiente. De la misma forma, el conocimiento, aunque necesita pedagogía, didáctica y metodología para su enseñanza y significancia no necesita tanto adorno y menosprecio de lo serio para que sea significativo y profundo. Es cierto que se puede enseñar de forma interesante, pero el nivel al que se está cayendo con las metodologías actuales es no llevar a un nivel superior al educando, sino rebajar el nivel del que enseña.
Ya lo expresaba el maestro Paulo Freire: «El educador ya no es solo el que educa sino aquel que, en tanto que educa, es educado a través del diálogo con el educando, quien, al ser educado, también educa». Pues bien, ¿cómo educar en el diálogo en un sistema educativo, sobre todo algunos del área privada, que le interesa más entretener que formar, embellecer el contenido que llevarlo al ser interno del discente? ¡Vaya realidad que debe aceptar el educador!
De tal suerte que aquella concepción de filosofía de la educación en la que se inicia en un punto de partida de imperfección hacia un punto de llegada de menor imperfección o mayor perfección ha quedado en el olvido. Ahora es más importante que el educador, ya no formador pues está limitado a eso por el mismo sistema, baje su nivel y enseñe desde lo que el joven considera mejor para su educación, para que, en ese nivel del educando, ellos puedan «aprender» sin mayor esfuerzo o «trauma».
Por tanto, es imposible elevar el conocimiento de esta forma. Los que pregonan esta manera de enseñar y estos sistemas educativos no aceptarán por ningún motivo lo dicho anteriormente, bajo la premisa de que el educando de hoy es más diestro en la tecnología, en lo innovador, etcétera. Pero obvian totalmente por ignorancia o por intereses particulares que la educación es más que eso, es creación y no solo innovación, es formación y no solo procesos mecánicos tecnológicos, entre otros aspectos.
Es así como ya en anteriores posturas sobre educación he mencionado este aspecto: estamos produciendo titulados dispuestos a todo por dinero y por éxito; titulados sabiondos en la tecnología, menos en el humanismo, menos en la cultura general, menos en la grandeza de la lectura y escritura, en pocas palabras, maquilas educativas; pero, claro, para algunos que llevan los procesos administrativos de algunas instituciones educativas, que ni siquiera tienen una especialidad en educación, no pueden profundizar y ver las fallas en su cosmovisión educativa.
Quizás y solo quizás, los años y el fracaso de generaciones menos cultas, menos humanizadas, menos valorativas, menos dispuestas a reflexionar, a aprender de verdad y no solo a pasar, harán surgir un obligado despertar del sistema educativo y de modelos educativos, y comprenderá que todo aquello que satanizaron como antiguo, aburrido e innecesario, es el fundamento real e ineludible del proceso de formación de un individuo. ¡Ojalá y no sea demasiado tarde para la formación y para el Evangelio!