La COVID-19 vino a cambiar el mundo. Lo hizo desde su surgimiento en una ciudad china y se fue extendiendo rápidamente por todo el mundo. Científicos de diferentes nacionalidades iniciaron una carrera contrarreloj para encontrar la vacuna que pudiera mantener a raya el coronavirus. Y con una rapidez que sorprendió a la humanidad, varios laboratorios encontraron la forma.
Al principio, el proceso de vacunación se restringió a los países ricos, aquellos con los recursos para comprar y acaparar las dosis del fármaco, en detrimento de las naciones pobres. El Salvador obtuvo las primeras vacunas gracias a la capacidad de negociación y la rápida reacción del Gobierno del presidente Nayib Bukele, que elaboró un plan integral que ahora cuenta con más de 10.1 millones de vacunas en el territorio nacional.
Sin embargo, tener la vacuna es nada más un escalón para resolver el problema. La logística de la aplicación del fármaco también importa, y en la medida que más del 70 % de la población se vacune se puede aspirar a tener una inmunidad de rebaño. Para llegar a esos números, los países deben organizar jornadas masivas y convencer a sus ciudadanos que se trata de la única forma de evitar el aumento de casos graves y de fallecimientos, ya que las diferentes vacunas no impedirán el desarrollo de la enfermedad, pero sí aumentan las posibilidades de sobrevivencia y reducen las consecuencias más negativas.
La compleja naturaleza del coronavirus ha llevado a una multiplicidad de variantes que hacen más lento el proceso de inmunización. La nueva mutación, conocida como delta, ha vuelto a poner en jaque los sistemas de salud de naciones desarrolladas, como Francia, y obligado a que China, que había superado con éxito la primera etapa de la pandemia, retome restricciones como los confinamientos en algunas ciudades y ordene mayores controles para el ingreso de extranjeros.
Florida se ha convertido en el epicentro de la pandemia en Estados Unidos, debido, en parte, a la negativa de un gran número de sus ciudadanos a recibir la vacuna.
En El Salvador, a pesar del reconocido buen manejo, la llegada de la variante delta complica el panorama. La pandemia seguirá mucho tiempo entre nosotros, y lo que debemos hacer es continuar cumpliendo las medidas de prevención que han demostrado ser efectivas: distanciamiento social y evitar las aglomeraciones, uso permanente de mascarilla en los espacios compartidos, lavado constante de manos y el uso de alcohol en gel. Esta es la nueva realidad a la que nos ha llevado el coronavirus. Como sociedad debemos asumir el reto y superarlo.