Durante las últimas semanas hemos observado por medio de multiplataformas y los principales noticieros de cadenas mundiales la crisis en la República de Haití. Ni la mejor producción de una serie que paga por ver podría ilustrar el dominio, el control y el poder de las pandillas criminales, que se estima que tienen el control de al menos el 80 % del país. Una nación en un verdadero caos y anarquía, donde el control lo tienen las pandillas. El primer ministro de Haití es un neurocirujano, político, de 74 años; se preparó académicamente en Francia y Estados Unidos, su nombre es Ariel Henry, a quienes las pandillas le impidieron el ingreso a su país al tomar el control, rodear el aeropuerto y sitiarlo para impedir que un avión aterrizara, lo que lo llevó al exilio.
Para lograr el derrocamiento del primer ministro haitiano las pandillas formaron una alianza entre grupos pandilleriles que siempre han mantenido una guerra entre sí, pero que hicieron a un lado sus rivalidades, luchas, intereses y hasta el odio por un objetivo común, la salida de su máxima figura y dirigente de aquel país, esta consolidación se denomina Vivir Juntos y quiere evitar la presencia del apoyo y el despliegue internacional.
En medio del caos y la liberación de más de 4,000 pandilleros que se encontraban presos en dos penales, tras los ataques de las pandillas en libertad, surge la figura del cabecilla Jimmy Chérizier, conocido en la jerga de las pandillas como Barbecue, un exagente de la Policía, con rostro emblemático y que representa el mando de la poderosa pandilla criminal La Familia G9, que literalmente por medio de redes sociales y casi en cadena nacional e internacional estableció: «Si Ariel Henry no dimite, si la comunidad internacional sigue apoyando a Ariel Henry, nos llevará directamente a una guerra civil que acabará en genocidio».
Las diferentes pandillas criminales se unieron y articularon ataques armados, sus operaciones y su logística formaron una alianza delictiva criminal, un frente único para desarrollar ataques a infraestructura crítica e instituciones del Estado, saqueos, ataques a comisarías policiales, asesinato de policías y custodios, cierre de calles, bloqueo del suministro de alimentos para la población para dar un golpe de autoridad y poner de rodillas a la nación, a pesar de encontrarse en una prórroga de estado de emergencia.
Haití es sitiado y controlado por aproximadamente 200 grupos de pandillas de diferentes conformaciones numéricas. Las principales pandillas, La Familia G9 y G-Pep, se encuentran vinculadas a estructuras de los partidos políticos en el Gobierno y la oposición, por lo que no me sorprende el cambio de discurso y las posiciones del despiadado y cruel cabecilla pandilleril Chérizier que responde a los actores del crimen organizado en Haití y los diferentes grupos de poder, donde no faltan los políticos corruptos que tratan de buscar impunidad.
El ahora exprimer ministro de Haití Ariel Henry se convierte en la primera figura de ese nivel de autoridad en una nación donde fue derrocado por las pandillas criminales, con el apoyo de actores de grupos de poder y del crimen organizado.
Las pandillas criminales, sostengo, son una verdadera amenaza a la seguridad nacional de cualquier país en los cinco continentes, en especial en Latinoamérica, donde la corrupción y la impunidad facilitan las condiciones para las operaciones de actores no estatales. No son jóvenes marginados y excluidos, son verdaderos criminales.