Siendo un adolescente residente en esa época de una de las colonias emblemáticas de la ciudad de Santa Ana, me refiero a la antes conocida como La Periquera, luego bautizada por Fundasal como Lamatepec. Me refiero, para que nos contextualicemos, a finales de la década del setenta e inicios de los ochenta.
Para ese entonces, la naciente guerrilla era conocida como los muchachos, fenómeno social y político que despertó la simpatía entre la cipotada de la época. Aprendimos consignas como «Avanzar, aniquilar y vencer», «El pueblo unido jamás será vencido», «Vivos los llevaron, vivos los queremos», «Patria o muerte».
Quienes son de mi época, en ese lugar recordarán estos retazos de historia y muchos otros.
Posteriormente, llegó la época de estudios de bachillerato y educación superior en la Universidad de El Salvador, en aquella época conocida como CUO (Centro Universitario de Occidente) luego FMOcc (Facultad Multidisciplinaria de Occidente), lugar donde se pudo colaborar en el establecimiento de diferentes organizaciones estudiantiles.
Algunas de ellas ya no existen y el eslogan era «Que exige la U… presupuesto».
Así pasamos diferentes situaciones que, incluso, comprometieron nuestra seguridad, obligaron a muchos a refugiarse en la clandestinidad y a adoptar una nueva identidad. En ese contexto, cambié de Mauricio a «Franklin».
Quien no recuerda la marcha del 13 de septiembre de 1988 en Santa Ana, la que culminó con forcejeos, balas, capturas y desapariciones… esto no nos lo contaron, lo vivimos.
¿Y por qué esta mención? Pues los que nos enamoramos de una utopía, de un proceso revolucionario, de la lucha contra la corrupción y arriesgamos el «pellejo», creyendo fielmente que los líderes de ese proceso revolucionario eran tan honorables como los ideales que anunciaban.
Los Acuerdos de Paz, del 16 de enero de 1992, abrieron la posibilidad de que el partido de los muchachos participara en la contienda política, y como todo, en 2009, logró llegar al poder.
A pesar de que muchos ya nos habíamos retirado de la participación orgánica, guardábamos la esperanza como su eslogan de campaña decía. Sin embargo, la realidad nos dice que los muchachos, ahora un grupúsculo senil, simplemente utilizaron escaleras para subir, y lo que es peor para apropiarse de una forma indebida de los recursos de todo el pueblo salvadoreño, que centró sus esperanzas en el FMLN como un «referente histórico» y a la vez «referente político».
Era el modelo a seguir. Pero nos encontramos con que nos dieron «gato por liebre», pues de lo contrario no habría exfuncionarios prófugos de la justicia.
Habrá que revisar los casos de corrupción, como el de exfuncionarios docentes de carrera, pero que en 10 años se convirtieron en empresarios, hacendados y accionistas, entre otros. Todo a costillas de un pueblo laborioso y trabajador.
Además, muchos de ellos sin un grado académico, pero ahora resolvieron en 10 años de Gobierno su vida. Aclaro, no estoy en contra de que la gente prospere.
Lo malo es cuando se hace a costillas del Estado y de los salvadoreños, y no como dijo aquel expresidente de la república: «Todo lo que hice fue lícito».
Ese pueblo al que estafaron es el mismo que al darse cuenta les dio la espalda con resultados electorales catastróficos y ampliamente conocidos.
El 30 de julio de 1975, en el que producto de la dictadura militar de la época, fallecieron muchos estudiantes universitarios que, como su servidor, creían en una utopía. Creíamos en un proceso revolucionario que resultó ser un «churro» y que traicionó las aspiraciones legítimas de la población, basado en el respeto a los derechos humanos, en el acceso a la justicia, entre otros.
Todas las consignas que aprendimos y repetimos en los setentas y ochentas, ahora solo son un vago recuerdo y las acciones de los muchachos, ahora un grupo senil, solo corresponde a una triste historia, de un grupo que manipuló las mentes de niños, jóvenes y adolescentes de aquella época. Pero todos tenemos derecho a rectificar en el camino y eso hicimos hace ya varios años.
Este escrito lleva como elemento central generar conciencia del porqué existen aún partidos políticos de esa época, que deben desaparecer y dar paso a nuevas generaciones de políticos o de partidos políticos, aun cuando sean de oposición al Gobierno pero con propuestas de país.