La colonia española, llamada por Madrid Reino de Guatemala, era, en 1821, un hervidero de informes, conspiraciones, acuerdos y desacuerdos políticos. Ciudad de Guatemala, que era la capital del reino y cabeza de la capitanía general, presentaba un escenario político de mucho nerviosismo. Los jefes del Gobierno eran criollos altamente beneficiados por su relación con la metrópoli, y aunque estuvieran de acuerdo con la independencia, seguían siendo monárquicos y leales a los intereses de los reyes españoles, mientras que los criollos de la provincia de San Salvador no eran beneficiados, por el contrario, eran víctimas de las políticas del Gobierno borbónico de Madrid. Tenían abundantes razones para buscar el rompimiento con la metrópoli. Al mismo tiempo, eran muy perturbadoras las informaciones sobre el avance de la lucha armada, que en México anunciaban una derrota de las fuerzas militares de la corona española a manos del ejército dirigido por Agustín de Iturbide. Se sabía que este personaje aspiraba a extender su dominio sobre todo el Reino de Guatemala, anexándolo a México.
El Reino de Guatemala era lo que hoy llamamos Centroamérica y cada una de sus provincias son actualmente los cinco Estados independientes: Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica.
Sobre ese escenario histórico gravitaba la crisis de la monarquía española. Bonaparte, el emperador francés, tenía cautivos en la ciudad francesa de Bayona a los reyes españoles. De tal manera que la acefalía monárquica en España era entendida por los criollos independentistas como la señal de que había llegado el momento de asegurar la independencia.
Cuando los de Ciudad de Guatemala convocaron a una reunión para discutir el tema, los delegados de las provincias asistieron y llevaron a la reunión sus propios intereses y posiciones sobre el tema. La situación era, por demás, muy especial. Gavino Gainza, uno de los convocantes y además gobernador nombrado por el rey de España, aparecía convocando a una reunión para discutir sobre la independencia.
Por su parte, los delegados de la provincia de San Salvador, encabezados por José Matías Delgado, asistían con el firme propósito de aprovechar la reunión para romper su dependencia de los criollos de Guatemala.
En el fondo, las diferencias entre unos y otros eran profundas. La reunión no era más que el teatro de una maniobra política de parte de Guatemala. Los criollos, jefes de la provincia de Guatemala, buscaban en realidad la anexión de las cinco provincias a la monarquía, sin España, que Agustín de Iturbide estaba promoviendo en México. Así, es legítimo pensar que los verdaderamente independentistas eran los criollos de la provincia de San Salvador.
Esta afirmación queda demostrada por el curso de los acontecimientos históricos de esos años decisivos y por el desarrollo de esa misma reunión, el día 15 de septiembre.
En esa reunión se acordó el Acta de Independencia de Centroamérica. Aquí ya aparece la figura de Centroamérica sustituyendo a la de Reino de Guatemala.
Según datos históricos, ese documento fue redactado por José Cecilio del Valle, intelectual hondureño que ha sido llamado por algunos como el Fouché de Centroamérica. No se sabe bien la verdadera posición de Del Valle sobre la independencia o sobre la oportunidad de esta en ese momento. Lo cierto es que el documento que redactó resulta ser una joya de la intriga política de aquellos tiempos y de los actuales. Por eso, quizás, el acta sigue tratándose como un documento secreto, no publicable y que no debe ser conocido ni entendido por las actuales generaciones de independientes. Se trata de un documento de 18 artículos que expresan el intrigante momento y el juego de los poderosos intereses subterráneos que determinaban el rumbo de los acontecimientos. Por eso, Del Valle escribió en el primer artículo, como develando la trama, que había que declarar la independencia para que no la hiciera el mismo pueblo, porque esto podría traer consecuencias funestas.
Ante el desenfado de ese texto, se puede pensar que quien lo escribió buscaba desnudar los móviles de alguna maniobra. En efecto, los sectores populares de Ciudad de Guatemala, es decir, los indígenas, que trabajaban la tierra, que eran explotados brutalmente por los criollos españoles, que eran súbditos de un rey desconocido, los artesanos, los pequeños y medianos comerciantes, los sectores intelectuales que conocían el pensamiento de Voltaire, de Diderot, y otros sectores vinculados a la Universidad de San Carlos, estaban realmente interesados en la independencia, y lo hacían saber con sus gritos en las calles aledañas al Palacio Nacional de Guatemala, donde se realizaba la reunión.
Pero, el artículo primero del acta afirmaba que era necesario evitar que ese pueblo se independizara. Mayor contrasentido histórico no se puede explicar, y esto solo es posible asumiendo que lo que estas personas reunidas buscaban no era la independencia, sino una fórmula adecuada para asegurar la anexión de la naciente Centroamérica al Reino de Nueva España o México. Y como esto no podía aparecer en el texto, en uno de los artículos se estableció que se debía preparar la convocatoria de representantes de la región a fin de que, en marzo de 1822, se reunieran para decidir sobre la independencia. Este acuerdo podría entenderse como una manera de sincerarse de los conspiradores al afirmar que esa reunión no estaba al servicio de ninguna independencia, sino que sería otra, en el próximo año, la que decidiría sobre ese punto. Por lo tanto, no es el 15 de septiembre la fecha que hay que celebrar o conmemorar; sin embargo, ocurrió que, en los primeros meses de 1822, aproximadamente en febrero, la mayoría de los delegados de Centroamérica aprobaron la anexión a México, con el beneplácito de Iturbide. Y todo estaba bien. La maniobra fue exitosa, pero con una salvedad, que la provincia de San Salvador se opuso y se abrió un momento histórico que llega hasta 1823, cuando brilló la tenacidad, firmeza y flexibilidad de los jefes políticos de la provincia salvadoreña. Hablamos de José Matías Delgado, Manuel José Arce, los hermanos Aguilar, Juan Manuel Rodríguez, y de la obstinada lucha que desde antes de 1811 se venía desatando en la provincia, que había costado la vida, entre otros, de Santiago José Celis, y el exilio de Juan Pablo Castillo, el independentista de profundas raíces populares.
Para Iturbide y los criollos anexionistas, este contratiempo se podía superar porque creían saber que la pequeña provincia era incapaz de resistir fuertes presiones políticas o amenazas militares; sin embargo, la historia demostró que estaban equivocados.