Cuando hablamos de crisis histórica, nos referimos a un proceso dentro del cual las reglas establecidas para jugar un juego económico, político, social dejan de funcionar debido a que ha cambiado el juego y esto determina una especie de vacío, donde los aparatos políticos del Estado parecieran ir a la deriva.
En la actual coyuntura ocurre esto: en nuestro país, por fin, ha entrado en crisis el sistema de partidos políticos, el neoliberalismo, el Estado de mercado y la despolitización de las masas populares.
El sistema de partidos políticos actual se estableció hace más de 30 años, cuando, al terminar la guerra popular, se negoció entre la oligarquía, Wa-shington y ciertos mandos guerrilleros el nuevo rostro que tendría el sistema político. La guerra de 20 años terminó con el papel de la Fuerza Armada como clase gobernante, estableciendo una nueva, controlada por los partidos políticos. Ya en 1983, en la Constitución de ese año, y en el artículo 85, se había entregado a los partidos la propiedad del aparato estatal; de modo que ahora simplemente se cumplía con una disposición ya establecida. Esto significó que estos partidos se hicieran propietarios de todo el aparato estatal, iniciándose así un nuevo escenario, el formalmente adecuado para una especie de democracia burguesa que, basada en el bipartidismo, otorgó a los partidos ARENA y FMLN el monopolio del sistema estatal del país.
Este diseño, celebrado en esos años y presentado con buenas galas en la sociedad internacional, siempre adoleció de una falla estructural muy esencial: la ausencia en nuestro país de un capitalismo medianamente desarrollado, capaz de producir una burguesía como clase dominante. Sin embargo, en El Salvador, son las oligarquías las que han dominado y dominan la economía y el aparato estatal, de modo que un ansiado bipartidismo, tal como lo soñaron los que establecieron el modelo bipartidista, no fue nunca posible en el país: la falta de acuerdos entre estos partidos condujo a una permanente guerra por el control y el usufructo de las riquezas contenidas en los presupuestos estatales y en la disputa por el reparto de puestos gubernamentales y de los diferentes negocios empresariales relacionados con la gestión pública. Así, inexorablemente, estos partidos fueron convirtiéndose en verdaderas empresas dedicadas al enriquecimiento y olvidadas totalmente del oficio de hacer política, tal como lo indica su nombre.
Esta conversión en empresas fue impulsada por la instalación en nuestro país de un neoliberalismo brutal y total, ortodoxo y absorbente. Según esta filosofía política, económica, cultural, educativa, ambiental y militar, todo es mercancía, todo tiene precio, todo se compra y todo se vende. La persona más inteligente y más valiosa resulta ser aquella que tiene más y no la que es más.
En este orden establecido a raja tabla, es el mercado el rey y la reina de toda la sociedad, mientras que el Estado debe pasar a un segundo plano y renunciar a sus funciones públicas. Semejante orden de cosas produjo un empobrecimiento general de la sociedad, impuso el precarismo como filosofía dominante y estimuló las grandes riquezas, concentradas cada vez más en menos manos. Aquí se privatizaron los sueños de las personas, pero se colectivizaron las perdidas; mientras tanto, los partidos políticos participaban de la danza de millones y el pueblo observaba y tomaba nota.
Aquel Estado neoliberal permaneció durante 30 años al servicio de las grandes empresas, olvidándose de sus funciones públicas: privatizó la educación, la salud, el agua, el medioambiente, todo lo relacionado con la vida de los seres humanos. En tanto, la crisis social seguía comiendo las entrañas de los de abajo.
Al final de la guerra popular, el partido FMLN disolvió todas las organizaciones sociales, así como los movimientos políticos y populares, dejando libre el camino para la más abyecta de las explotaciones, mientras el pueblo quedó indefenso sin ningún instrumento para la pelea. Al mismo tiempo, desataron la política de despolitización del pueblo, a partir de la cual la única política que el pueblo debía ser era la de votar el día de las votaciones: votar, pero no elegir.
Estas cuatro políticas —el control partidario del Estado, el neoliberalismo, el Estado sometido al mercado y la despolitización del pueblo— les aseguró altas ganancias y utilidades durante largos 30 años. Sin embargo, en estos momentos, estas cuatro políticas han entrado en crisis y ya no funcionan.
Este año el pueblo está en condiciones de sepultar el actual sistema de partidos políticos, quedando pendiente la solución de las otras tres crisis, lo cual dependerá de la correlación que se construya. Si esta es favorable a los intereses del pueblo, podrán ser resueltas en su beneficio; de otro modo, quedará pendiente su solución.