El cerebro es algo maravilloso, una composición de diferentes piezas que trabajan armónicamente. Sin darnos cuenta, está controlando las palpitaciones y nuestra respiración. Sabían que en un total de 16 horas que estamos despiertos al día parpadeamos 11,520 veces, aproximadamente. A lo largo de la vida, nuestro cerebro nos acompaña y controla cambios en cada etapa; contiene una célula llamada neurona, tenemos un aproximado de 86,000 millones de neuronas para algo específico y diferente.
El cerebro ha sido punto de investigación desde tiempos antiguos para descubrir cómo está compuesto y cómo funciona. En los años 80 un grupo de neurocientíficos realizaba experimentos en simios, identificaban qué parte específica del cerebro se activaba cuando ejecutaban una acción, pero se dieron cuenta de algo extra: el cerebro de otro simio —que solo veía lo que se hacía— también reaccionaba como si él lo estuviera haciendo; a estas neuronas se les denominó neuronas espejo. Luego se hicieron pruebas en humanos y se descubrió que también tenemos este tipo de neuronas.
Más de una persona ha visto a alguien reír y automáticamente reír con ella, ha visto a una persona mientras es inyectada y contraerse o hasta quejarse, a pesar de no ser quien está sintiendo el pinchazo de la aguja. Estamos orgánicamente diseñados para sentir lo que otros, podemos experimentar sensaciones muy similares, comprender de manera muy ajustada las emociones de los demás y la palabra para esto es EMPATÍA.
La empatía es sentir dentro; aunque no solo sentimos, comprendemos lo que a otra persona le sucede. Es algo voluntario, por lo que podemos tomar la decisión de ser sensibles y experimentar lo más parecido posible esa otra experiencia. Nos haría mucho bien ser empáticos y esto desencadenaría un bien hacia otros, porque muchas personas sufren en silencio, no quieren ser juzgadas, percibir lástima, o no desean que les resolvamos sus situaciones, lo que realmente quieren es ser escuchadas, comprendidas y acompañadas.
Recuerdo perfectamente una ocasión en la que, por la suerte, el destino o la voluntad de Dios, como quieran llamarle, unos amigos —a quienes llamaré Rafael y su novia Claudia— conducíamos por una de las principales calles de San Salvador. Cerca de las 5 de la tarde, con tráfico pesado, nos percatamos de que un joven pedía ayuda, llorando; con miedo nos detuvimos y vimos que tenía a un amigo entre sus brazos, con una herida grave, pedía paso a los conductores de los demás vehículos. Los llevamos al hospital más cercano. Claudia y el joven que recibió la ayuda se compartieron números telefónicos. Pasados unos días llamaron para agradecer el gesto, su amigo había sobrevivido gracias a que llegó al hospital; pero el motivo por el que ayudamos fue porque hacía años había fallecido el hermano de Claudia por una herida similar y nadie se detuvo para ayudarlo, ella fue empática, también los conductores al ver nuestros rostros de angustia, aunque no sabían el motivo. Hay vidas que pueden ser salvadas con una llamada, con un mensaje de texto, sin juzgar ni señalar, sin arriesgarte como lo hicimos mis amigos y yo. Les puedo asegurar que cuando es un acto honesto, tomar una actitud empática nos hará sentir algo maravilloso y las personas con las que lo hagamos se sentirán igual. ESCUCHA, COMPRENDE, ACOMPAÑA.