Para el abordaje de este tema, considero el arte como una visión y manifestación del alma individual y colectiva.
Desde las pinturas rupestres, en los albores de la humanidad, el hombre ha querido plasmar el entorno de su vida cotidiana y de lo trascendental en su espíritu. Poetas del siglo XVIII emprendieron sendos movimientos sociales inspiradores, y la poesía revolucionaria ha sido un baluarte para el avance de sus postulados políticos.
Desde cualquier ángulo y en cualquiera de sus manifestaciones, las expresiones artísticas juegan un papel importante en el desarrollo de los pueblos: de su alma colectiva, del fortalecimiento de su espíritu, de su ser superior. Los pueblos con estas expresiones son más fuertes, más resilientes, más creativos, más libres, más productivos. En unos con mayor profundidad y profusión y en otros en menor cuantía.
El Salvador no es la excepción. Hay una obra de lectura obligatoria para entender nuestras huellas culturales: «Política de la cultura del martinato», del Dr. Rafael Lara Martínez, en una edición de la Universidad Don Bosco de 2011, que plantea la estrategia cultural del régimen del general Maximiliano Hernández Martínez para tamizar la matanza de los pueblos originarios de 1932 y en la que participaron activamente muchos de nuestros renombrados artistas nacionales. Época considerada de apogeo de nuestra «identidad cultural».
Volviendo al presente, a pesar de que la efervescencia del conflicto armado y la lucha ideológica encarnizada, en la que la mayoría de los intelectuales, desde su propia trinchera, apoyaba las reivindicaciones populares, parece que ahora se cierne un silencio obligado por las circunstancias. Sin embargo, creo que no es el caso. Ya vivimos las experiencias ideológicas precisas para tener un criterio más elaborado. Como se dice en la jerga política social: «Las condiciones están dadas…», agrego, para impulsar el renacimiento de las expresiones artísticas.
Debido a la pandemia se elaboró un registro de personas de la esfera de los artistas para brindarles apoyo en esos momentos aciagos. Hay una línea de base que puede dar paso a la elaboración de un plan estratégico.
Ya hay iniciativas nuevas en el área del ballet y la música clásica. Pero son materias pendientes otras áreas importantes como la pintura, la literatura, las tradiciones, la cultura popular. El desarrollo económico va aparejado también con el desarrollo del arte.
Vemos países como México y Colombia, donde el acceso a los libros por su precio y su variedad va de la mano con el desarrollo del teatro, del cine, lo que genera millones de ingresos y muchos empleos. Acá, en cambio, comprar un buen libro es prohibitivo.
¿Qué tal si, de la mano con el desarrollo pujante del turismo, se promueven las exposiciones pictóricas para que los artistas nacionales tengan un mercado para sus obras? Si un asocio público-privado abarata la producción de novelas, ensayos y literatura científica. Si se potencia la investigación y producción de nuestra historia, que ha sido tan tristemente tergiversada para usos de dominación y vasallaje.
Cuando hago estas insinuaciones no hablo solo del gobierno, hablo de los artistas, de emprendedores, de empresarios en estos rubros.
Y para nuestra población del interior del país todavía está la opción de los teatros nacionales, fundados en los años 50 del siglo pasado como polos de desarrollo cultural y que se encuentran deshabilitados, después de que, en la época de ARENA, se entregó el negocio de los cines a empresas privadas solo con el afán mercantilista, olvidando la función social para lo que habían sido creados. Allí, en esos escenarios, se estimulaba la creatividad de los jóvenes del pueblo. Carruseles de artistas hacían gira por los 14 departamentos del país. Eran centro de convivencia armónica y de identidad local.
Hay tanto quehacer cultural que quedó inconcluso con el conflicto, buenas iniciativas y otras que con la innovación tecnológica pueden generar nuevas técnicas. No todo está perdido, el país está renaciendo, aunque algunos digan lo contrario.
Considero que es hora de emprender el vuelo y, como el águila vieja y agotada, quitarse una a una las plumas del pasado y cambiar por un nuevo plumaje que nos permite volar más alto y veloz.