La crisis financiera que aflige ahora al mundo entero es «una catástrofe anunciada». La hemos visto venir por más de un año desde que se dio una inflación predatoria en Estados Unidos causada por muchos factores económicos y políticos de tipo exógeno y endógeno. El factor más influyente, sin duda, fue el rompimiento de la cadena de suministros a causa de los efectos de la pandemia de la COVID-19, que generó contracción económica al paralizarse la economía. La población permaneció encerrada muchos meses, las fábricas y los mercados estaban cerrados. Sucede que al terminar el confinamiento la demanda supera de largo una oferta ralentizada, disparando desordenadamente altos precios con efecto inflacionario. En Estados Unidos, la inflación subió por encima del +9 %. A ello debemos agregar el efecto que causó una política monetaria laxista, floja y expansiva tanto en Estados Unidos como en la Unión Europea, que dio mayor liquidez de parte de los bancos centrales haciendo la inflación insostenible. A esto se agrega una Unión Europea que ya viene herida por el fenómeno bréxit y sus consecuencias. Sin olvidar la crisis de la deuda de Grecia por más de $75 billones, de Portugal y otros.
La guerra de Ucrania, que se vuelve una confrontación militar OTAN-Rusia, agravó la crisis energética de gas y petróleo con la destrucción de los gasoductos y desencadenó un caos político volviéndose la tormenta perfecta para agravar la ya golpeada economía mundial. Pronto la crisis se extiende al frente Asia Pacífico, donde se forma otro escenario de confrontación militar en escalada, con el caso de TaiwánChina, que ahora involucra a Estados Unidos, Japón, Corea del Norte, Corea del Sur y Australia en la alianza UKUS. Una clara amenaza para una Tercera Guerra Mundial.
Todo lo anterior converge en el umbral de una recesión mundial de grandes proporciones que obligó a la Reserva Federal de EE. UU. a intervenir adoptando una política de contención económica extremadamente dura. Las tasas de interés se han elevado por tramos de 0.25 % o 0.50 % hasta alcanzar recientemente 5.25 %, su propósito es bajar la inflación a 2 %. Esta medida pone fin al «dinero barato». De aquí en adelante el costo de la vida será mayor. No hay duda de que los países menos desarrollados serán los más afectados. Esta política castiga severamente al mercado y a las carteras de los bancos.
Silicon Valley Bank y First Republic y Silvergate Capital han sido los primeros en quebrar. Por su similitud se hace necesario relacionar la actual crisis con la crisis «subprime» de 2007-2008, conocida como la burbuja inmobiliaria que se inicia con créditos baratos, bajos intereses con pésimos estándares en disciplina crediticia. Cuando los precios de los inmuebles comenzaron a bajar la Reserva Federal, como estímulo, ya había bajado las tasas de 6.5 % a 1 %. La idea fue estimular la economía colocando a disposición de empresas y consumidores suficiente dinero con tasas de regalo. Esto desató una espiral de precios, los clientes aprovecharon las tasas baratas y los bancos —pensando en alta rentabilidad— entraron en competencia predatoria haciendo concesiones con mínimas exigencias crediticias. Hasta los menos calificados compraron inmuebles. La demanda comenzó a exigir mayores tasas de interés, elevándolas a 5.25 %, luego la demanda bajó y los precios de las viviendas llegaron a valer menos de lo adeudado. Es decir, los clientes no pudieron vender sus casas sin elevar la deuda con sus financistas. Para 2007 los grandes fondos no pudieron soportar los fondos «subprime» y para septiembre de 2008 Lehman Brothers colapsó. Freddie Mac y Fannie Mae, los mayores financistas en bienes raíces, se declaran en quiebra y fueron tomados por el Estado. En conclusión, el Gobierno terminó comprando todos los activos tóxicos y debió financiar todas las entidades en quiebra. El efecto dominó se extendió mundialmente. El mercado interbancario se congeló, los mercados mundiales también colapsaron. La crisis «subprime» de 2007-2008 fue una lección que creó instrumentos efectivos, de los cuales se puede echar mano en la actualidad.
La Reserva Federal tiene a su disposición toda una red de instrumentos financieros y de análisis con suficiente capacidad de contención de crisis interna más allá de las tasas de interés. Estos son variados y efectivos con sus propias normas, como el Securities and Exchange Commission (SEC), la Ley Dodd-Frank para el consumidor, el Departamento del Tesoro, varias comisiones del Congreso, el Congressional Research Service, varias secretarías del Ejecutivo. Todos con capacidad analítica en producción industrial, niveles de consumo, nivel de desempleo con demanda de empleo. En el tema financiero se cuenta con la FDIC, o Federal Insurance Deposit Corporation, un instrumento estratégico para la estabilidad financiera de los ahorrantes. Se trata de un seguro de depósitos mediante el cual se da cobertura en caso de quiebra del banco hasta por un monto de $250,000. Asimismo, la Reserva Federal recién activó su política «backstop» con fondos de emergencia por $165 billones justo para el rescate de bancos en riesgo de quiebra. Para casos severos, se tiene contemplado activar un enlace con los grandes bancos de Wall Street, los cuales —con fondos de contención— unen fuerzas para bancos menores en crisis, mejorando la liquidez. Estos son J. P. Morgan, Wells Fargo, Goldman Sachs, Morgan Stanley y Bank of America que ya destinaron $30 billones para el rescate de First Republic.
¿Cuál será el impacto de esta crisis en El Salvador? Sin duda el dinero caro, alza en las tasas de interés, los préstamos internacionales serán más altos, el riesgo país EMBI se mantendrá moderadamente elevado. Los bonos serán ofrecidos con altos intereses, de hecho, los CETES de El Salvador ya fueron incrementados de 7.5 % a 8 %; cualquier emisión en 2023 seguirá tendencia. Dependiendo de la gravedad de la crisis, la canasta básica será afectada. Se hará necesario que el Estado vuelva a activar su sistema de subsidio alimentario reforzando las 11 medidas de emergencia adoptadas por el Gobierno. Será imperante mantener el subsidio a los combustibles, la energía eléctrica, el gas, así como poner a disposición fondos para mypes y micros para mantener fuerza laboral y el valor agregado de producción. También se deberán financiar créditos de avío para producción alimentaria y de café. Fortalecer la economía interna es la clave para mantener el empleo y la inversión.