«Para conseguir la paz hay que desnudarse de algunas cosas, no solo de las armas. Quizá de los privilegios, de excedentes, de injusticias, de ambiciones, de afán de protagonismo» (Vera Grabe, antropóloga e investigadora del Observatorio por la Paz)
Esta actitud, como la plantea Vera Grabe, hará que podamos lograr una cultura de paz; tenemos que empezar modificando los niveles de agresividad en la confrontación de nuestras diferencias sociales, políticas, religiosas, psicológicas y hasta ideológicas. El primer paso es reconocer los errores de percepción sobre nuestras propias verdades y aceptar la posibilidad de que estas verdades pueden ser modificables.
Entender básicamente que la misma naturaleza humana tiene un componente de evolución, de movimiento permanente en un proceso indetenible de crecimiento; y ese movimiento, esa evolución, incluye a nuestras verdades, por lo cual son susceptibles de cambiar permanentemente. Una vez que reconozcamos el valor del otro ser humano, ya habremos logrado el entendimiento. Luego de ese paso estableceremos, de acuerdo con esas verdades compartidas, un nuevo vínculo social de convivencia, desprendiéndonos de nuestras ventajas en todos los órdenes hasta nivelar lo más posible nuestra calidad humana.
La garantía de los derechos civiles, el acceso a la alimentación, la salud, la educación, la vivienda y el trabajo digno, el ocio, el respeto a las diferencias, el fin de la explotación y la utilización responsable y soberana de los recursos naturales, podrían ser los primeros esfuerzos humanos que deberíamos afrontar para lograr la comprensión. Luego de reconocidos nuestros valores humanos y haber logrado la comprensión, iniciaremos una lucha en igualdad de condiciones para alcanzar las metas de convivencia de acuerdo con nuestras necesidades básicas. Son pasos elementales, sencillos, básicos, para abordar otras tareas posteriores de pacificación.
Pasos hacia adelante por la paz, sin violar las estructuras ontológicas, cosmológicas ni cosmogónicas del individuo, su origen y su visión del mundo que lo rodea. Proponer un proyecto de cultura de paz más allá de estas premisas humanas es utópico, idealista, estéril, mientras no nos reconozcamos y no entendamos la necesidad de comprendernos. La otra labor simultánea a este proceso que iniciemos, si queremos pensar en la paz total, o por lo menos en la comprensión y el entendimiento posible entre nosotros para tener un mundo más habitable, es transmitir estos principios a los niños.
Desde el mismo proceso de su concepción, las parejas tendrían que participar en la formación de un nuevo ser humano, consciente de esas necesidades de convivencia pacífica. Este nuevo ser humano desde su nacimiento debe sentir, por parte de los Estados, sus protectores, orientadores: maestros, religiosos y medios de comunicación, entre otros factores de influencia, los esfuerzos para convertirlo en un ser justo, respetuoso de los otros seres humanos, solidario y fraterno. Convertirlo en un ente y agente multiplicador de paz. De esta manera, con estos pequeños esfuerzos prácticos podríamos pensar que es posible obtener resultados a mediano plazo que nos irían dando las pautas para avanzar con otros planteamientos y programas que respondan a nuevos retos.
La construcción de una cultura de paz tiene que ser una acción que surja del interior de nuestro espíritu. Solo puede conquistarse la paz cuando todos comprometamos nuestra voluntad y nuestro amor en ese sentido. Que esta lucha sea producto de la razón.