El reconocido cineasta Clint Eastwood en su película «Flags of our Fathers» («Las banderas de nuestros padres») menciona: «La única dignidad que puede mantenerse en nuestros tiempos es la dignidad de estar entre las víctimas». La película trata sobre las dolorosas pérdidas de seres queridos en incontables situaciones de conflicto.
Recientemente, nuestras fuerzas armadas sufrieron la pérdida de cinco elementos de su corporación en el cumplimiento de su deber, provocadas por el reciente huracán Julia. Lamentablemente, perecieron soterrados por un muro que colapsó. Nunca en la historia de nuestro país habíamos tenido una Fuerza Armada tan profesional y humana al servicio de nuestra población, tradicionalmente se tenía la idea de que los ejércitos estaban al servicio de un sector dominante, que ejercía un control sobre sus mandos. El ministro de la Defensa, vicealmirante Merino Monroy, le ha dado un rostro más humano a nuestro ejército y siempre lo vemos al frente de cualquier acción humanitaria en momentos de crisis y de conflictos que acechan a la población más desposeída.
Durante el siglo XX, los militares jugaron un rol más político en Latino américa, especialmente en el marco de la Guerra Fría, apoyados en la ideología de la seguridad nacional, donde los enfrentamientos militares no fueron con fuerzas externas, sino en el terreno de guerras internas o conflictos irregulares. Durante los últimos 200 años, la carrera militar ha constituido a menudo el camino más rápido y seguro para llegar al poder político y, en algunos de los casos, al poder total.
En el prefacio de la obra «Epistoma real militares», escrita en el año 390 A. de C., por el autor romano Flavio Vegecio, se señala que si se «quiere la paz, se debe estar preparado para la guerra», esto llevó a reflexionar sobre los fundamentos del uso de las fuerzas militares. Debemos considerar que el principal objetivo de un ejército no es solo ganar la batalla terrestre, sino también la de asegurar la paz y la tranquilidad de una población para llevarla al desarrollo; en este contexto, las fuerzas armadas deben ser altamente eficientes y constituyen un elemento vital en todo tiempo.
John Locke, filósofo empirista inglés, señalaba que «el Estado está fundado en la soberanía popular», lo que significa que los gobiernos y sus fuerzas militares deben proteger los derechos de propiedad y libertad individual de todos los ciudadanos. Los ejércitos modernos, como los nuestros, no participan en carreras políticas porque no pueden ser garantes ni árbitros de ningún resultado electoral, porque los temas electorales y políticos solo deben resolverlos los políticos.
Un ejército moderno nacional es una organización profesional al servicio del Estado, y bajo el mando de una autoridad superior están al servicio de un pueblo que se organiza de acuerdo con ciertos principios de convivencia y de respeto.
En el caso de El Salvador, la población ya no ve en la Fuerza Armada un instrumento represor, encuentra en ella a una aliada que está siempre presente en los momentos más difíciles de crisis o conflictos, en la que sus miembros ofrendan hasta la vida en el cumplimiento de su deber y, así, garantizar la seguridad y la tranquilidad de su población.