La presidencia de Nayib Bukele rompió el paradigma de la derecha y la izquierda que había colocado la idea en el imaginario colectivo de que solo uno podía dirigir los destinos de El Salvador. Fue con esa falsa polarización que el sistema político salvadoreño obtuvo su motor, porque incentivaba a los militantes dogmáticos a trabajar arduamente para que el «enemigo» no llegara al poder o, visto desde el otro lado, para arrebatarle al «adversario» el control del Estado.
Este dualismo inspiró campañas y movilizó a los activistas; por 20 años, desde la derecha se exacerbó la idea de que la izquierda iba a convertir el país en un bastión del comunismo; en tanto, los otros consideraban que era necesario impulsar una agenda progresista para sacar al país del subdesarrollo. A medio camino de estos dos proyectos, las cúpulas de ARENA y del FMLN llegaron a un acuerdo de apoyo y protección mutua: fingir una confrontación en público, pero, en la práctica, conservar el sistema corrupto para continuar el saqueo del Estado.
Eso les funcionó hasta el punto de que los mecanismos utilizados para robar por los presidentes de ARENA fueron calcados al principio y después perfeccionados por los gobernantes del FMLN.
Lo negaron por mucho tiempo, pero, en realidad, ARENA y el FMLN mantuvieron una alianza que les rindió frutos, porque saquearon con impunidad las arcas del fisco, con la certeza de que sus «enemigos» nunca los iban a perseguir a cambio de recibir el mismo trato para sus corruptos.
Las bases, en cambio, se quedaron con los discursos confrontativos e ideológicos, convencidas de que no tenían nada en común con sus adversarios.
En el entorno de ambas organizaciones políticas surgieron otras agrupaciones que se presentaron como ONG, fundaciones y «tanques de pensamiento» formando un ecosistema político que también se aprovechó del saqueo del Estado, pero, eso sí, desde puntos de vista ideológicos y partidarios.
La fortaleza de Nayib Bukele y el profundo respaldo popular hicieron que se corriera el velo y abiertamente se llamara a una «unidad nacional opositora» para derrotar al único hombre que se enfrentó a las pandillas en El Salvador y logró hacer de este el país más seguro del continente.
Sin embargo, estas no tienen una verdadera oferta política, solo las ansias de recuperar el poder para saquear el Estado. El pueblo salvadoreño ha encontrado lo que ansió por tanto tiempo y ninguna oposición dividida y mezquina podrá hacer mella a este proyecto de transformaciones y desarrollo.