Los seres humanos tenemos la costumbre de adoptar términos y frases que se popularizan, a veces porque se consideran muestras de conocimiento y modernidad, a veces por tendencia social o simplemente porque están de «moda», pero muy pocas veces por convencimiento personal y menos aún como producto de la rigurosidad académica.
Es usual ver como se repiten conceptos y frases que se dan por aceptados sin cuestionar su propiedad ni profundizar en su significado. Lo mismo si se trata de la deuda pública, de la pobreza, de los bajos niveles de inversión o de los efectos del cambio climático es usual encontrar en los medios de comunicación planteamientos de expertos, especialistas o simples ciudadanos que escriben artículos para repetir lo que ya todos sabemos.
Obviamente la COVID tiene su lugar en ese juego. En los últimos meses hemos visto proliferar escritos diversos sobre la famosa pandemia y sus particularidades y no me refiero a los análisis técnicos sobre aspectos específicos que por lo general nadie entiende y sobre los que los propios expertos no se ponen de acuerdo, sino a aquellas frases trilladas que no representan ninguna diferencia para el conocimiento y la comprensión del tema: que si la pandemia nos tomó por sorpresa, que la COVID ha puesto en evidencia la realidad, que la tecnología llegó para quedarse, que la falta de equidad social es un problema, que se viene una «nueva normalidad» y muchos etcéteras.
Por ello, cuando veo un titular sobre los efectos de la pandemia, la realidad después de la COVID, la nueva normalidad y asuntos similares, mejor paso a otro tema.
La educación, por su importancia, no es la excepción. Estamos acostumbrados a escuchar diagnósticos y recetas sobre la importancia de la tecnología, la falta de conectividad en algunas zonas, la importancia de la educación a distancia, las medidas de seguridad para el regreso a la escuela, la capacitación de los docentes y mucho más.
Se trata de frases que se ponen de moda y dan la impresión de que el que las utiliza tiene amplio conocimiento del tema, aunque en un gran número de casos no hay un verdadero interés en aportar conocimiento o de clarificar el tema, sino, en el mejor de los casos, de justificar los flujos de recursos de la cooperación internacional dedicados al impulso de programas operativos específicos.
Pero resulta que la realidad es mucho más cruda que los análisis teóricos y el criterio priva sobre los planteamientos intelectuales. A menudo leemos o escuchamos recetas sobre la necesidad de realizar tal o cual actividad y adoptar tal o cual medida, que por lo general ya se viene implementando desde hace varios meses con resultados satisfactorios en algunos países y que algunas organizaciones recompilan y proponen en formato general como si se tratara del descubrimiento del siglo. He tenido la oportunidad de conocer experiencias de muchos países y puedo asegurar que es también la experiencia en el caso de El Salvador que gracias al profesionalismo de su personal ha respondido en tiempo y forma a las necesidades de la crisis incluso adelantándose, en algunos casos, a las necesidades detectadas, tal es el caso de las Consejerías escolares establecidas en noviembre de 2019, la reforma curricular y la digitalización de contenidos, el Sistema Nacional de Evaluación y la profesionalización docente, que se comenzaron a trabajar entre septiembre y octubre de 2019.
Obviamente a partir de las exigencias derivadas de la crisis de salud se comenzaron a atender otros temas complementarios en el marco de una visión integral de la transformación educativa. Todo ello ha sido correlacionado y explicado en el marco de nuestra Estrategia Educativa Multimodal. Entre algunos de esos temas podemos mencionar a manera de ejemplo:
— Asistencia y capacitación socio y psicoemocional a los docentes
— Capacitación de miles de docentes en el uso de plataformas digitales
— Establecimiento de la franja educativa en TV
— Impresión de miles de guías escritas de refuerzo educativo
— Impulso al programa curricular en formato digital
— Adecuación de la política de tecnología educativa
— Fortalecimiento a las políticas de colaboración institucional en primera infancia, educación inclusiva, educación de jóvenes y adultos, medioambiente, educación física y deporte, arte y cultura, idiomas, apoyo social y atención a la comunidad educativa
Tomaría mucho tiempo describir todas las prioridades y decisiones de impacto, profundizando en temas de infraestructura escolar, becas y desarrollo de talentos, conectividad, investigación y mucho más. Pero lo que me interesa destacar es que todo ese trabajo implica capacidad y experiencia acumulada, compromiso personal y dedicación profesional del personal del Mined, algo que se ha puesto en evidencia en los programas mencionados, por eso, cuando leo o escucho alguna recomendación aislada, desprendida de ese análisis integral de transformación educativa, me convenzo de que realmente no son planteamientos que aporten mucho.
Pero lo que me ha movido a escribir al respecto es que se ha comenzado a hablar de educación híbrida y otros temas relacionados. De acuerdo con las definiciones formales, el término híbrido se refiere a la combinación de dos especies diferentes pero compatibles para obtener una «nueva especie» diferente de las primeras y se aplica a los microorganismos y en general a «seres vivos», sean estos animales o plantas. Estirando la interpretación del concepto se ha aplicado a los vehículos con doble sistema de combustión y ahora se ha comenzado a utilizar para caracterizar la educación.
Considero que el término es poco afortunado, pues la educación sigue siendo la misma con todas sus limitaciones, lo más evidente y a lo que normalmente se hace alusión en los distintos análisis es a la forma de comunicación, que puede ser directa o presencial, impresa, radial, televisiva o digital. El tema, sin embargo, es bastante más complejo y diverso como proceso integral, para encasillarlo en un concepto bastante inadecuado de educación o aprendizaje híbrido.
Para abordar el tema con propiedad convendría ponerse de acuerdo en qué entendemos por educación, pero en todo caso está claro que lo que cambia es el método utilizado, las herramientas tecnológicas, el enfoque de transmisión de conocimientos, los materiales didácticos, la aproximación al aula y muy probablemente el uso combinado de varias modalidades. Todo ello en función de un modelo y de un proceso de aprendizaje flexible, pertinente y moderno.
Atendiendo a lo anterior, hablar de «educación híbrida» implica cuando menos limitaciones en el uso del lenguaje. Sería más apropiado utilizar términos más inclusivos y universales o simplemente calificar los métodos, las herramientas o los esquemas respetando el concepto de educación. Las consideraciones expuestas no pretenden generar una polémica al respecto, suficientes problemas tenemos, es simplemente un aporte desde mi limitado conocimiento y particular experiencia de un sistema educativo en marcha.