Por donde se le mire, la oposición salvadoreña (política, mediática, académica y de ONG) se encuentra derrotada. No es capaz de articular propuestas sensatas o que al menos despierten el interés de los ciudadanos, que quedaron hartos después de décadas de mentiras, abusos, corrupción y saqueo de las arcas del Estado.
ARENA y el FMLN trabajan en conjunto ahora más abiertamente. Después de años de negar una alianza, cada vez más se dejan oír voces que señalan la posibilidad de presentar a un candidato único en contra del presidente Nayib Bukele para las elecciones del próximo año. Sin embargo, en las filas de la oposición no hay nadie que pueda siquiera considerarse un contendiente serio en contra de un gobernante, que supera el 90 % de aprobación por parte de la población, gracias, precisamente, al excelente trabajo en materia de seguridad pública, economía, salud, educación y desarrollo.
Las banderas que una vez enarbolaron los movimientos políticos quedaron desacreditadas cuando, una vez que llegaron al poder, las pisotearon y enterraron, más preocupados por enriquecerse y por favorecer a sus financistas.
Nunca tuvieron la voluntad política, ni el valor o el coraje de plantarle cara al problema de las pandillas. Antes prefirieron pactar con los criminales para congraciarse con ellos y hacer negocios con la inseguridad, lo que aumentó los costos de operación de todas las empresas y dejó al pueblo bajo el terror de las organizaciones delincuenciales.
Pero el Gobierno del presidente Bukele enfrentó de manera contundente a las pandillas y encarceló a más de 62,000 integrantes y colaboradores de los grupos delictivos. Con ello se acabó el negocio de los que vendían inseguridad, como las ONG, las fundaciones y los emprendimientos digitales, que han tenido que cerrar operaciones o mudarse a regiones donde sí corre la sangre, como aves carroñeras que persiguen la muerte.
La oposición política ahora parece apostarle no a disputar el control del Ejecutivo, porque sabe que el presidente Bukele tiene todo el respaldo del pueblo salvadoreño para continuar por otro período, sino a ganar más diputados. Su estrategia es bloquear las iniciativas del Gobierno para tratar de reducir la confianza en el mandatario.
Ya los salvadoreños saben los efectos nocivos de una Asamblea Legislativa en manos de la oposición: maniobras políticas para proteger a los delincuentes (negando financiamiento para el Plan Control Territorial, que está derrotando a las pandillas) y para impedir la compra de vacunas, como ocurrió durante la crisis sanitaria por la COVID-19.